Cartas al pasado:  el fuego se comparte

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¿Qué sería de la humanidad sin el fuego? Esta simple pregunta nos hace pensar en varias cosas, por ejemplo: en la capacidad que tiene al transmitir energía en forma de calor.  ¿Cuántas veces buscamos en una mañana o noche fría, un café o una taza de agua de panela bien caliente? Creo que varias. También podemos pensar cómo este elemento permitió el desarrollo de la civilización y pasar por diferentes edades como la de piedra y los metales según los historiadores, en las cuales se evidenció el impacto que este tuvo en la creación y el uso de herramientas, que a la postre serían el preámbulo del avance tecnológico del cual disfrutamos hoy en día.

Además del crecimiento y avance en tecnologías, el fuego permitió desarrollar una de las características fundamentales de la humanidad; la sociedad.  Alrededor de las fogatas antes y hoy en día, además de compartir calor, se comparten historias, bailes y alimentos. Formamos una identidad cultural en torno al fuego. Durante el día aprovechamos los beneficios de la estrella que llamamos sol, pero en los días o noches frías utilizamos fuego como fuente de calor y luz, actualmente utilizamos corriente eléctrica, pero ante un apagón utilizamos velas, que nos permiten iluminar la oscuridad. El fuego sigue estando presente.

Pero existe otra fuente de fuego, que se ha denominado interior y que cada uno de nosotros tiene, es tan fuerte que los grandes personajes de la historia han apelado a este en los momentos más difíciles. Sin lugar a duda cada uno de nosotros lo hacemos a diario: ¿de dónde sacamos el valor, coraje o valentía para enfrentarnos a nuestros miedos y superar nuestros retos? Es con el fuego que nace en nosotros que superamos los retos.  

Ese fuego debe ser nutrido de forma constante para que crezca y cada vez sea más fuerte. En la naturaleza el fuego se alimenta de oxígeno, ante un incendio si queremos extinguir basta con poner una cobija y este terminará sofocado. Eso pasa en muchas ocasiones con nosotros, nos cubrimos con creencias que nos limitan, y no permiten oxigenarse adecuadamente, pasamos de la metáfora a la realidad. Nos sentimos asfixiados por nuestros propios pensamientos. Para dar fuerza a ese fuego, debemos permitirnos abrirnos a diferentes experiencias que permitan nuestro desarrollo personal.

Para alimentar nuestra llama interior; el primer paso es creer que la tengo, y el segundo es nutrirla adecuadamente, debo buscar la mejor madera y darle el aporte de oxígeno correcto, pero, ¿Cómo encontrar la mejor madera para mi? La madera se va a encontrar y recolectar en el camino que llamamos vida. Esta madera son las experiencias y diferentes momentos que vivimos. Se van a ir quemando para convertirse en el combustible de nuestro fuego interior, para poder avanzar cada vez con mayor seguridad y confianza.

Cuando nuestro fuego es fuerte vemos todo con mayor claridad, nos alumbra como una vela en la oscuridad, además de iluminarnos nos guía a través de situaciones que pueden ser difíciles de llevar. El poder más grande que tiene este fuego es que puede ser compartido, sólo necesitamos de una vela encendida para encender otras mil. Con nuestro fuego podremos encender la luz de otro. Es momento de pensar en nuestras vidas: cuando nos hemos sentido en tinieblas y pensamos que nuestra luz estaba por apagarse o no tenía la fuerza suficiente para iluminarnos, llegaba alguien que nos animaba y nos hacía sentir mejor. Lo que hizo esa persona o ese momento de la vida fue compartir su fuego con nosotros. ¿Qué tanto compartes tu fuego con el resto?

Nuestra llama interior siempre está encendida, en unos momentos con mayor intensidad que otros, pero son nuestras fortalezas y cómo utilizamos las experiencias que vivimos,  las que la alimentan y le dan fuerza. Con una llama fuerte somos capaces de ver nuestro camino, alumbrar y ser faro que guía el de los otros. El fuego se comparte, no se esconde debajo de la cama o se deja para después, cada día tenemos la oportunidad de dar o recibir esa luz que ilumine nuestro ser.  

Por Diego García MD. CEO Epystemy

Con foto tomada de La Razón