Por Guillermo Romero Salamanca
Faltan unos segundos para las diez de la mañana y repica el celular: “¿Ya llegaste?”, preguntan. “Sí señor, estoy en la mesa del fondo”, contesto. Un instante después suena el aparato. “¿Dónde están?”, interrogan. “En la mesa de siempre”, respondo.
En un santiamén estamos los tres periodistas que nos citamos para cumplir la agenda mensual. Orden del día. Primer punto: ¿Cómo estamos de salud? Segundo punto: ¿Noticias recientes? Tercer punto: Nuevas noticias de la mujer que nos convoca y “¿Qué son las batatillas?” Cuarto punto. Fecha del próximo encuentro.
Se trata de una nueva sesión, con visos de tertulia, de tres veteranos redactores: Jose Orellano Niebles –experimentado cronista y jefe de redacción de El Heraldo y El Informador y director de El Muelle Caribe–, Jorge Medina –periodista investigador acucioso, analítico y director del portal La Gran Noticia—y Guillermo Romero Salamanca, director de Pantallazos Noticias.
Un barranquillero, un cienaguero y un cachaco como me dicen.
Nos une una amistad de más de 40 años. Nos conocimos en medio del ejercicio de la profesión periodística en diversos encuentros en Barranquilla, Cartagena, Valledupar y ahora en Bogotá nos citamos para hablar de la mujer que más alegría nos ha dado y a miles de personas con corazón alegre.
La agenda comienza con el repaso del acta de la pasada reunión. No se lee porque Jose la tiene en la memoria y va recordando. ¿Salud? Bueno, ahí estamos los tres, sostenidos por la gracia divina. Jorge recuerda que después de su accidente en la moto, hace más de 30 años, cualquier cosa puede pasar. Nos reímos porque Jorge, después de estar cerca del más allá, volvió –ante la incredulidad de familiares y amigos—, lo reconstruyeron y tan pronto como pudo, vendió su tumba donde sería sepultado, porque, según nos explica, “necesitaba un billete en esos días”.
Se ríe.
Jose nos da una mala nueva: Falleció en su casa, solo, de un infarto Fernando Barros, un gran amigo que nos acompañaba en alguna de estas reuniones y llegaba vestido de saco y corbata, nos hacía reír y le encantaba el capuchino. Va una oración por el buen hombre.

Bueno, llegamos al punto esperado: la mujer que nos ha hecho trasnochar en los últimos tiempos: Esthercita Forero, llamada como “la novia de Barranquilla”.
Tanto Jorge como Jose –como le decimos, así, sin la tilde—tienen, además, un millón de historias, que van desde sus encuentros con Gabriel García Márquez, Juan Gossaín, Juan B Fernández, Olguita Emiliani y desde luego con Esthercita Forero, la mujer que le compuso más de 500 canciones a Barranquilla.
Jorge Medina es quizá una de las personas que más conoce de la vida de Esthercita Forero. Anduvo con ella en decenas de oportunidades, la escuchó en sus programas radiales, la vio cantar, la oyó cuando componía algún tema y la acompañó en algunos de sus momentos de tristeza, de euforia, de incomprensión, pero también de gloria.
Jose la entrevistó muchas veces para las páginas de El Heraldo, El Informador, VSD o donde le pidieran un artículo sobre ella. Ha estudiado las letras de las canciones de Esthercita, quien ha sido la más insigne escritora de todos los tiempos de la música tropical del caribe colombiano. Ella anduvo por República Dominicana, Cuba, Puerto Rico, Nueva York y México entre otras latitudes mostrando la música colombiana. Grabó un vallenato inédito de Guillermo Buitrago en Puerto Rico. Produjo canciones al lado del magistral Pedro Flores y fue la primera corresponsal de la música tropical colombiana en distintas latitudes.
En 1974, cuando yo daba mis primeros compases en el baile –claro que he sido mal bailarín—llegó a Bogotá una canción, “Mi vieja Barranquilla”, interpretada por Nelson Henríquez. Eso fue un hit. En las fiestas familiares los jóvenes y viejos de aquella época cantábamos: “Cuando el viento vagabundo de la tarde/ Pasa murmurando y cantando en la distancia/ Me recuerda tantas cosas de mi vida, queridas/ Remolinos de nostalgia” y nos íbamos en la imaginación sobre cómo sería Barranquilla, porque aún no conocíamos a la Arenosa y teníamos, de pronto alguna foto, como la de la portada del disco para darnos una idea.
Mil veces cantamos: “Las calles de mi vieja Barranquilla/ Doradas por el sol y las arenas/ El caño saludando al Magdalena/ Con flores de bonitas batatillas”, les recordé a mis colegas en este encuentro.
–A propósito Jose, ¿qué son las batatillas?
–Esas eran unas flores moradas que nacían de forma silvestre a la orilla del río Magdalena. Barranquilla es una ciudad donde se le da importancia a las flores. De hecho, en el Carnaval hay un espectáculo que se titula así “La Batalla de las Flores”.
–Lo curioso del caso y de esta canción, comenta Jorge, es que un día se le apareció en su casa Nelson Henríquez –quien en esos primeros años de la década de los setenta era un ídolo de la canción tropical venezolana—y le dijo a Estercita que le hiciera una canción. Ella le dijo que no hacía canciones por encargo, pero que iba a mirar y esa misma tarde sacó papel y lápiz y se fue a su nostalgia y salió esa magistral obra. En los carnavales del año siguiente, Nelson fue el ganador sin discusión del Congo de Oro. Toda Barranquilla lo aplaudió.
Cómo quiso Esthercita a Barranquilla. Recordamos ese día que al gran promotor, locutor y sobre todo buena persona Alberto Suárez, lo llamaba como “el mono” y con quien hizo muchos programas de radio, porque a ella le fascinaba promover, hablar, publicitar todo lo bueno de su ciudad.
Esa mujer pequeña, de ojos gachos, pómulos relucientes y sonrisa amplia es considerada como una de las grandes maestras de la música colombiana. En Sayco le han hecho varios homenajes, en Barranquilla le construyeron una estatua y en todos los medios le han escrito sobre sus canciones y sus sueños. Ella fue, guardadas las proporciones, la Edith Piaff de Colombia, con una historia de música, canciones, pasiones y desengaños, pero con un gran amor por su amada ciudad que día a día le reconocen su trabajo.
Las actas del encuentro de tres periodistas enamorados se publicarán así vayan sucediendo.