Hace 12 años voló hacia su mansión celestial.
Rafael Calixto Escalona Martínez, no solo fue el compositor de melodías narrativas y románticas vallenatas, reconocidas internacionalmente. También fue un personaje trascendente en las definiciones políticas para favorecer a su pueblo. A diferencia de muchos, Escalona tenía un alto concepto de sí mismo, y conservó su dignidad y status, hasta sus últimos días.
Su apartamento en Bogotá – primero en el Edificio Barichara, y luego en Usaquén- era todo un centro de relaciones públicas, por donde desfilaban, desde estudiantes de la costa norte, que lo buscaban para que les ayudara a conseguir empleo, hasta generales, ministros y personajes de la vida nacional.
No era raro encontrar a David Sánchez Juliao – quien vivía en el mismo edificio- con Manuel Zapata Olivella y Bebdeck Olivella, cualquier tarde; y escuchar el citófono para anunciar la llegada de Alberto Fernández y sus “Auténticos Vallenatos”, para alegrar una parranda amenizada con música y Old Parr. A las siete de la noche se acababa la reunión. A Rafa no le gustaba trasnochar, y se iba a la cama, para levantarse muy temprano.
Y, de manera más reservada, recibir al expresidente Alfonso López Michelsen, amigo de toda la vida y primer gobernador del Cesar, o los Generales Padilla y Bonett. En la puerta de su apartamento había un acordeón labrado en bronce, con una alfombra a la entrada que decía “Bienvenido”.
Escalona, era amigo de sus amigos; fiel y leal como ninguno. Desde Jaime Molina, y Tite Socarrás; su séquito de la Cueva, con Obregón, Fuenmayor y Gabriel García Márquez, hasta políticos, empresarios y artistas recibían el abrazo fraternal de Rafa, como le decíamos coloquialmente.
La influencia de Rafael Escalona, no fue solo como compositor. Es indiscutible su influencia en Gabriel García Márquez, que reconoció sentirse fascinado con “La casa en el aire”, indiscutiblemente, la primera obra de realismo mágico, a la que seguiría “La hamaca grande” de Adolfo Pacheco.
Me refería Rafa, como le compraba a Gabito peinillas Kiko y, tal como lo reconoció el Nobel, en más de una ocasión le dio de comer. Eran las épocas difíciles del escritor, admirador ferviente de Escalona, pues cuando lo conoció le cantó todas sus canciones. Desde ese primer encuentro en Barranquilla se consolidó una gran amistad. Cuando Gabito hizo su última visita a Aracataca, Escalona, enfermo, fue la persona que presidió la bienvenida al tren del Nobel.
A pesar de la influencia de la cultura caribe en la obra literaria de Gabito, pienso que le faltó escribir una obra basada en la vida de Rafael Escalona (a quien rindiera honor mencionándolo en uno de sus escritos). La vida de Escalona fue toda una novela, plena de historias, anécdotas y romances. Fue famosa su vida de don Juan Tenorio, cautivando dizque “al sexo débil” -que de débil no tiene nada- con sus escritos, canciones y regalitos. Porque Escalona era especialista en regalos; llegaba incluso a comprar cachivaches por docenas, que repartía entre todas las damas agraciadas que encontraba. “Este es un regalo especial, que compré para ti”, les decía. Se calculan 40 hijos de Rafa, fruto de sus devaneos. Cuando visitamos algún pueblo, aparte de ir a desayunar en la plaza de mercado, íbamos a la galería a “comprar regalitos”.
Tuve el honor de ser amigo personal y compañero en la Junta Directiva de Sayco, del maestro Rafael Escalona, donde lo acompañé como Secretario de Relaciones Públicas y Prensa. Rafa llegaba muy temprano a la sede de Sayco en La Soledad, en Bogotá, permaneciendo hasta el mediodía, juicioso y dedicado. Pero, después del almuerzo, me ofrecía el primer whisky, que continuaba en otro, en medio de un diálogo interesante y anecdótico y llamadas de sus amigos en su apartamento.
Rafa tenía la Suite Presidencial del Hotel Continental, a donde atendía sus conquistas. Pero más allá de todo eso, era un ser servicial y afectuoso al que le fascinaba dibujar y pintar. Hasta sus últimos días estuve con él, mientras dibujaba sus lagartijas y armadillos; le compraba y llevaba las cartulinas y lápices -años antes pintaba al óleo, de lo cual queda la pintura de La Casa en el Aire y sus amigos-. Rafa se concentraba y quedaba en silencio; yo, esperaba que dijera alguna palabra para continuar el diálogo. Otras veces, me leía los capítulos de “El viejo Pedro” – nombre original de la obra que se publicó como “La casa en el aire”. Fueron muchas tardes en las que compartí con el maestro.
Me conmovía verlo postrado y con mucha debilidad, pero con todas sus facultades mentales intactas.
Su hijo Berny Francisco, notario 53, siempre estuvo velando por el maestro. Heredó el don de componer y ya grabó cien obras vallenatas de su autoría.
Colombia rinde tributo a Rafael Escalona Martínez, el hijo de Patillal, narrador de las historias de su pueblo. El estudiante del Liceo Celedón y esposo de “la Maye”. El amigo de Jaime Molina que tuvo que escribirle una canción para cumplir una apuesta. El cónsul de Panamá y amigo del general Torrijos, presidente de Panamá que, un día se brincó el protocolo ministerial y se vino con él a Valledupar, a lo que el presidente López respondió en un telegrama: ‘Entorríjese”. El cofundador del Festival de la Leyenda Vallenata, al lado de Consuelo Araujo y Alfonso López Michelsen.
Por Óscar Javier Ferreira Vanegas