“¿Y si el miedo fuera una oportunidad?”

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Imagen elaborada con el soporte de la IA generativa.

Por Eduardo Frontado Sánchez

Resulta innegable que, en el momento histórico que atravesamos, cada uno de nosotros necesita aprender a gestionar sus emociones. No desde la negación ni la victimización, sino desde la conciencia de que cada emoción —especialmente el miedo— puede convertirse en una herramienta invaluable de crecimiento humano, personal y espiritual.

Hoy, el miedo parece estar en todas partes. Los titulares nos abruman: conflictos armados, amenazas nucleares, incertidumbre económica, violencia cotidiana. La guerra en Ucrania, las tensiones en Medio Oriente, el psico-terror político… La sensación general es que caminamos sobre una cuerda floja. Y en medio de tanto ruido, el miedo no sólo es comprensible: es humano.

Pero ¿qué hacemos con ese miedo? ¿Lo dejamos crecer hasta paralizarnos? ¿O lo reconocemos, lo sentimos, y decidimos usarlo como un motor?

He comprendido que el miedo, bien entendido, puede convertirse en una brújula. Nos obliga a pausar, a observar, a repensar. Nos vuelve más cautos, más analíticos, incluso más creativos. Por mi parte, tal vez por mis cualidades distintas, he podido ver en cada obstáculo una oportunidad. No porque no tenga miedo, sino porque he decidido no dejar que me domine.

El problema no es tener miedo; el problema es quedarnos a vivir en él. El contexto global nos afecta, sí, pero no puede ser el único marco desde el cual soñamos o construimos nuestras vidas. En vez de depender de las decisiones erráticas de líderes con sed de poder, necesitamos volver a nuestras metas personales, a nuestras emociones, a nuestros vínculos reales.

Uno de los grandes aprendizajes de los últimos años —especialmente desde el 2020, cuando la pandemia nos recordó nuestra fragilidad— es que la verdadera fortaleza no está en aparentar control, sino en la capacidad de adaptación, en la empatía, en la resiliencia y en la gestión emocional.

No se trata de negar la gravedad del momento. Se trata de preguntarnos: ¿qué puedo hacer yo desde mi lugar? ¿Cómo puedo cuidarme y cuidar al otro, emocional y socialmente? ¿Qué significa realmente ser solidario en un mundo donde cada quien lucha por sobrevivir?

Hoy más que nunca necesitamos líderes empáticos, que no respondan solo a intereses de poder sino a la urgencia de la vida. Porque el poder sin humanidad es solo ruido. Y el miedo sin contención se convierte en violencia.

Sí, todos tenemos miedo. Pero también todos tenemos la capacidad de elegir cómo respondemos a él.

Humanicemos nuestras emociones. Escuchemos más y juzguemos menos. Seamos parte de un mundo donde el miedo no se use para manipular, sino para construir conciencia. Tal vez entonces descubriremos que, más allá del miedo, hay algo aún más poderoso: la esperanza que nace del coraje cotidiano.