En el puente por el que hace 23 años desaparecieron sus maridos, hijos y hermanos a manos de paramilitares, las mujeres de El Tigre, en el sur de Colombia, no olvidan el pasado para asegurarse de que no se repita la tragedia que partió su historia en dos.
El sábado 9 de enero de 1999, a las 23.00 horas, paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) incursionaron en El Tigre, caserío del departamento de Putumayo, quitaron la luz del pueblo y empezaron a quemar casas, carros y motos, cuenta a Efe la presidenta de la Asociación Violetas de Paz, Ruby Tejada Suárez.
El miedo y el horror de la comunidad, que se vio en medio del conflicto entre la guerrilla y los paramilitares, no acabó ahí. Más bien arrancó cuando los paramilitares empezaron a subir a sus camionetas a los hombres del pueblo.
En las camionetas, los paramilitares se llevaron a 29 hombres hasta el emblemático puente de El Tigre donde, uno por uno, los cortaron individualmente en el pecho para posteriormente, lanzarlos vivos al río, haciendo desaparecer sus cuerpos.
El Tigre estaba, por aquel entonces, en una situación imposible. Por una parte la guerrilla, con las armas, pedía comida, alojamiento o ayuda, a lo que la comunidad se veía obligada a acceder. Luego llegaban los paramilitares y les acusaban de apoyar y ser partidarios de la guerrilla, argumento con el que justificaban las atrocidades cometidas en ese caserío y en muchos otros.
En ese mismo río, la comunidad de El Tigre, liderada por la Asociación Violetas de Paz, recordó en el primer acto simbólico hasta la fecha a sus maridos, amigos y familiares.
Unas estructuras de madera con los nombres de cada uno de los asesinados, junto con flores y una vela, navegaron río abajo para asegurarse de que el pasado nunca más se vuelva a convertir en el presente.
MEMORIA VIVA
Esta conmemoración tiene dos objetivos muy claros, explica Ruby: “no olvidar el pasado y seguir el camino de los asesinados en la masacre, que eran personas ilustres de la comunidad, trabajadores humildes”.
Aunque la masacre “fue algo tenaz y horrible”, Ruby se muestra “contenta” porque “donde antes brotaban lágrimas, ahora brota alegría en memoria de todos ellos, que están felices allá donde estén”.
Ruby cuenta que a veces se pregunta cómo las mujeres de El Tigre tienen “tanta fortaleza para seguir adelante” después de todo lo que vivieron, y añade: “antes las mujeres lloraban”, pero ahora se han unido en esta “resistencia tan bonita”.
Los hechos de aquel fatídico 9 de enero “dejaron una enseñanza y la tomamos las mujeres: hay que revivir la historia, revivir totalmente la historia de lo sucedido”, afirma.
“El Estado tiene una deuda histórica porque nos abandonó y pasó lo que pasó; nos tocó una guerra que no queríamos ni pedíamos por vivir donde vivimos”, explica a Efe una de las mujeres de El Tigre que prefiere mantenerse en el anonimato.
VIOLENCIA SEXUAL Y VIOLACIONES
Pero la masacre que acabó con casi una treintena de los hombres de El Tigre no fue el último horror que tuvo que vivir la comunidad, porque los paramilitares se instalaron en el pueblo durante casi diez años, apoderándose de todo y de todos.
“Con armas y con intimidación las mujeres aguantamos muchas cosas, algo que deja frustraciones. Para empezar, desconfianza”, relata a Efe una de las integrantes de las Violetas de Paz, que ocupaba un puesto en la escuela de El Tigre cuando los paramilitares lo ocuparon.
La asociación Violetas de Paz, que cuenta con 62 mujeres, recibe su nombre por las violaciones sexuales a las que fueron sometidas las mujeres de El Tigre a manos de los paramilitares, unos horrores que les costó años contar por miedo a represalias y por el temor a revivir las brutalidades que sufrieron.
Las tocaban, “manoseaban” y no faltaban las groserías con las que se dirigían a ellas, además de los sometimientos sexuales y las violaciones mientras las mujeres se preguntaban por qué a ellas.
“Nos daba miedo y vergüenza (contarlo), y muchas veces se piensa que las mujeres están provocando para que les pasen esas cosas, pero es con intimidación” que los paramilitares impusieron su ley. Muchas de ellas aún no han podido asimilar las atrocidades a las que fueron sometidas.
Hubo muchas mujeres que soportaron estas vejaciones y violencias “por proteger a los demás y de alguna manera para que los paramilitares los dejaran en paz”, y aunque a ellas raras veces las mataban “la violencia y el acoso era mucho mayor” y vivían constantemente atemorizadas, relata esta sobreviviente.
Aunque la masacre “partió la historia de El Tigre en dos”, las mujeres sobrevivientes son el ejemplo de que en este caserío “el pasado no se olvida y el presente se revive”.
Laia Mataix Gómez
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