Las cenizas de las víctimas del Covid-19, fuente de vida de un páramo en Colombia

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Las cenizas de casi mil víctimas de la covid-19 reposan imperturbables en una colina de la Reserva Natural El Pajonal de Cogua, a 70 kilómetros de Bogotá, donde han sido sembrados en su memoria 3.000 árboles que dan vida al Páramo de Guerrero, el más destruido de Colombia.

Hasta allí, en lo más alto de la reserva, a 3.400 metros sobre el nivel del mar, camina sin ningún asomo de fatiga Carlos Eduardo Gutiérrez para sembrar, junto a cuatro árboles, las cenizas de su esposa María Emilse Rodríguez, fallecida a los 64 años el pasado 20 de mayo por covid-19.

Se despide de ella lejos del ambiente lúgubre de los cementerios. Toma aliento, empuña una pala sin perder su semblante sereno y empieza a remover la tierra negra, espesa y húmeda en la que esparce sus cenizas.

Lo hace en medio de la risa rimbombante de sus nietos gemelos que ayudan a sembrar los cuatro árboles en honor a su abuela, mientras a pocos metros la familia de Alejandra planta entre un llanto amargo las cenizas de dos de sus seres queridos, ambos víctimas de la pandemia.

“En homenaje de mi amada esposa que falleció por covid (…) me pareció excelente y fabuloso venir a dejar las cenizas en un espacio libre y creo que va a estar en paz”, dice Gutiérrez a Efe después de afirmar con una sonrisa que “nunca había visto una tierra tan hermosa” como en la que acaba de esparcir los restos de María Emilse.

En este camposanto, enquistado en el Páramo de Guerrero, recurso vital del embalse del Neusa, que abastece de agua a la sabana y el norte de Bogotá, miles de familias han encontrado desde 2015 una alternativa para despedir a sus seres queridos al tiempo que rehabilitan el ecosistema, devastado por la explotación desenfrenada del suelo.

“Duramos un mes y cuatro días con las cenizas en el apartamento, y con la ansiedad de venir a dejarlas en un espacio libre, hermoso y sembrando vida para el bien de todos”, reconoce Gutiérrez. Él y su esposa, ambos de la misma edad, enfermaron de coronavirus pero ella ingresó a una unidad de cuidados intensivos en la que no sobrevivió.

LIBERACIÓN PARA LAS FAMILIAS

Desde hace seis años, cuando fue sembrada la primera planta, en este lote han echado raíces unos 6.700 árboles, todos ellos marcados con placas blancas en las que las familias honran la memoria de sus muertos.

Así lo hicieron los hijos y nietos de María Emilse, cuyas cenizas reposan ahora entre plantas que reverdecen en memoria de las víctimas de la pandemia que ha golpeado a Colombia con 105.326 fallecidos. “Dejaste una huella imborrable en nuestras vidas, tu amor fue tan fuerte como la raíz del árbol que plantamos hoy aquí”, reza su dedicatoria.

El viento agita las placas de los muertos por otras enfermedades, como las que se aferran a los cuatro árboles que crecen en memoria del actor colombiano Carlos “El Gordo” Benjumea, o las que tienen enmarcadas oraciones por Aarón Thomas, quien falleció el mismo día de su nacimiento, el pasado 12 de mayo.

“(La reserva) se convirtió en algo especial para las familias, como un punto de liberación donde (…) cierran ciclos de duelo, recargan energía nuevamente y es algo especial para ellos porque están generando vida”, explica a Efe Jaime Ballesteros, director de promoción de la ONG Colombia Reserva de Vida.

SEMBRAR PARA REHABILITAR EL PÁRAMO

La hermana de Ballesteros convirtió esta finca en una reserva en 2014 y hoy, cuando la pandemia del coronavirus sigue imparable en Colombia, este espacio es un lugar de consuelo para las familias que no pueden despedir a sus seres queridos en una iglesia y menos en un cementerio.

“Aquí pueden (…) llevar a buen término todo ese proceso duro que han tenido con la enfermedad”, reconoce Ballesteros y destaca que en términos ambientales estos árboles “representan fijación de CO2, creación de agua y oxígeno por la destrucción tan tenaz que ha tenido el páramo”.

Con la plantación de cuatro especies de árboles (rodamonte, aliso, arrayán y laurel de cera), la ONG ambiental espera frenar la destrucción del complejo de Guerrero, que surte la represa del Neusa, que a su vez controla las inundaciones en la sabana de la capital colombiana.

Ballesteros estima que en dos semanas llegarán a los 7.000 árboles pues el crecimiento del área sembrada ha sido “exponencial” desde que comenzó la emergencia sanitaria que deja además más de 4,1 millones de contagios en Colombia.

Hace seis meses una familia dejó en esta reserva de 21 hectáreas las cenizas de tres de sus miembros víctimas de covid-19, todos entre los treinta y cuarenta años. “Quiero que todos se enteren y sepan que esto es cosa seria, que este virus es serio, cuidémonos”, lamenta Gutiérrez. Klarem Valoyes Gutiérrez

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