Por Sofía Jaramillo, Directora Ejecutiva de la FLIP
Hace unos días me paré frente a un auditorio lleno para conmemorar a dos periodistas y hablar de su asesinato. Detrás de mí, iban apareciendo en silencio los nombres de 169 colegas asesinados en Colombia por razones de su oficio. Uno tras otro, como si respondieran a un llamado imposible.
Mientras hablaba, pensé en esa sensación que se repite cada vez que desde la FLIP recordamos a quienes ya no están: que esta es una sala de redacción interrumpida pero no desaparecida. Que no se fue del todo. Porque sus nombres siguen aquí y sus preguntas también. Porque el país que intentaron narrar sigue a medio contar.
Uno de esos nombres es el de Abelardo Liz, asesinado hace cinco años en Cauca. Lo mataron frente a toda la comunidad, en un evento público. La justicia, sin embargo, no ha llegado. La investigación sigue paralizada y el silencio institucional parece más cómodo que la verdad. No es un caso aislado, pero nombrarlo una y otra vez es nuestra forma de sacudir esa inercia.
Todo esto me llevó de nuevo a la Sala de redacción de ausentes que creamos, que no es un homenaje frío ni un altar solemne. Es una sala donde los puestos vacíos siguen haciendo preguntas. Allí está el eco de lo que quisieron contar, esperando otra voz que las retome. No desde la nostalgia, sino como posibilidad: la de seguir escribiendo desde lo interrumpido.
Días después, en otro homenaje, escuché una pregunta que me quedó sonando. La hizo Vladdo durante el centenario de Guillermo Cano. Dijo algo como: “¿Y si la caricatura está en riesgo de extinguirse?”. Y no hablaba solo del dibujo. Hablaba del humor, de esa forma de mirar lo absurdo con ironía y lucidez. Del humor como herramienta de crítica, de incomodidad. Del poder de una imagen o de una frase para señalar lo que no funciona sin necesidad de gritar.
Y claro, pensé en Jaime Garzón. En ese humor afilado que no pedía permiso. Que desarmaba discursos con una frase, que te hacía reír justo antes de dejarte pensando. Que incomodaba al poder, pero también nos obligaba a mirarnos al espejo. Un periodismo que no cabía en los formatos clásicos, pero que decía verdades con una claridad imposible de ignorar. A veces olvidamos el valor de una risa inteligente. Pero el humor, como la memoria, es una forma de seguir diciendo lo que incomoda. A veces, lo que más molesta no es una denuncia ni un dato, sino una frase aguda, una risa bien puesta.
Eso también lo sentimos en nuestro trabajo cotidiano en la FLIP. Entre informes, alertas, audiencias, acompañamientos, y en medio de la violencia que atraviesa la vida de tantos periodistas, seguimos encontrando formas de trabajar con alegría. De reírnos. De cuidarnos. De no dejar que el miedo lo cubra todo. Desde que llegué hace un par de meses, muchos me han dicho que aquí se trabaja con sentido… y con risa. Y eso, también, es resistencia.
Por eso, cada acción que tomamos es una forma de no ceder. Porque recordar también es una forma de exigir. Porque el caso de Abelardo Liz sigue reclamando justicia. Porque la caricatura y la risa también son una forma de resistencia.
Y porque, como quedó claro en el Festival Gabo, entre tantas conversaciones urgentes, el periodismo necesita más que nunca espacios para respirar, imaginar, jugar. Esa también es una forma de protegerlo.