HOMILIA
Diciembre 29 de 2024. Muy queridos sacerdotes, religiosos y religiosas, muy querido hermanos todos. El señor hoy nos concede la Gracia de estar aquí. Hemos hecho una peregrinación fantástica, desde tres lugares diferentes. Muchos de ustedes, sin embargo, han peregrinado desde muy temprano junto a sus párrocos para poder vivir este momento de comunión que nos une profundamente en la Fe y en la Esperanza. Lo que estamos viviendo esta tarde, ha sido posible gracias al interés de sus sacerdotes y de tantas personas e instituciones que nos han ayudado y sobre todo, de un puñado de laicos que junto al equipo organizador se puso al frente de lo necesario.
Comienzo por señalar este aspecto, que pudiera ser banal, porque detrás del entusiasmo y el gozo que nos embarga a todos los presentes, se mueve el espíritu de Dios, el Espíritu Santo derramado en nuestros corazones, que testifica dentro de nosotros que somos hijos de Dios y por ser hijos, somos amados, perdonados, acogidos una y otra vez por su infinita misericordia. Por eso y sólo por esta razón, la esperanza no defrauda, no nos engaña, porque se apoya en la fidelidad de Dios, porque la esperanza es Cristo.
Por muchos días, hemos venido preparando esta apertura, esperando este momento para encontrarnos y peregrinar juntos como Iglesia arquidiocesana, como peregrinos de la esperanza. El ver esta catedral llena, el advertir el entusiasmo de los sacerdotes y sus fieles venidos de toda la arquidiócesis, nos conmueve y nos ensancha el horizonte para central a lo largo de este año, nuestra mirada en Jesucristo y en los propósitos del Año Jubilar de la esperanza. Todo cuanto viene de Dios, siempre es para nuestro bien. Dios siempre pasa bendiciendo, renovando su amor y su fidelidad, haciéndonos retornar otra vez en su camino. Esto es lo más importante y precisamente es esto lo que quiere el Papa Francisco para cada uno de nosotros. ¿Advertimos en lo más profundo del corazón y de nuestra libertad la necesidad de acoger la Gracia de Dios? San Agustín evidenciaba esta necesidad y lo expresaba de la siguiente manera: El hombre para hacer el mal, no necesita de Dios, pero para hacer el bien y salir del pecado siempre necesita de su Gracia.
Queridos hermanos, no es tiempo de presumir, es tiempo de humildad y sencillez, para acogernos a la Gracia. Eso es lo que significa la Palabra Jubileo. La gracia, el perdón de Dios viene a tú encuentro, se te ofrece gratis, porque tú no puedes con la vida, con el peso de tus culpas, con las consecuencias de tus pecados. Porque el único que salva es Jesucristo y lo repito, el único que salva es Jesucristo. No nos resistamos al amor y al perdón de Dios. También nosotros, abramos las puertas a Cristo. Esta es la única manera de ser peregrinos de la esperanza. El Papa ha sido reiterativo en esta intencionalidad y conviene que recordemos algunas de sus Palabras en la apertura del Jubileo, el día del Nacimiento del Señor:
- En la pequeñez de un Niño nacido en un pesebre, podemos decir: la esperanza no ha muerto, la esperanza está viva, y envuelve nuestra vida para siempre. La esperanza no defrauda.
- Con la apertura de la Puerta Santa damos inicio a un nuevo Jubileo. Cada uno de nosotros puede entrar en el misterio de este anuncio de gracia. Dios dice a cada uno: ¡también hay esperanza para ti! Hay esperanza para cada uno de nosotros.
- Para acoger este regalo, estamos llamados a ponernos en camino con el asombro de los pastores de Belén. Esta es la señal para recuperar la esperanza perdida: renovarla dentro de nosotros, sembrarla en las desolaciones de nuestro tiempo y de nuestro mundo rápidamente.
- La esperanza cristiana no es un final feliz de una película que hay que esperar pasivamente; es la promesa del Señor que hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime. Esta esperanza, por tanto, nos pide que no nos demoremos, que no nos dejemos llevar por la rutina, que no nos detengamos en la mediocridad y en la pereza; Esta esperanza nos pide que nos hagamos peregrinos en busca de la verdad, soñadores incansables, mujeres y hombres que se dejan inquietar por el sueño de Dios; que es el sueño de un mundo nuevo, donde reinan la paz y la justicia.
- Todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. Llevar esperanza allí, sembrar esperanza allí.
Queridos sacerdotes, queridos hermanos que estas palabras del Papa Francisco, nos animen, nos ilumine a lo largo de esta Año Jubilar que estamos comenzado. Hay mucho por hacer y también por esperar. No nos podemos sentar para contemplar la vida, la Parroquia, la sociedad, la familia, con pesimismos, no. Hay que ser peregrinos, siempre en camino, siempre detrás de las promesas de Dios y del Reino, que hemos de hacer presente en medio de nosotros todos os días.
Desde ya invito a los sacerdotes y fieles a vivir el Año pastoral en clave de la Gracia Jubilar. Preparemos y dispongamos a nuestras comunidades para peregrinar a los lugares ya establecidos. El Papa habla de ese “algo más” que se tiene que mover en nosotros, que nos permita estar siempre listos, atentos, prontos, generosos, dispuestos, necesitados, en bien nuestro y en bien de nuestros hermanos. Incentivemos suficientemente las propuestas evangelizadoras para que a nadie se excluya ni le falte la Buena Noticia del Evangelio y el encuentro personal con Jesucristo.
No podríamos terminar esta homilía, sin hacer mención a la Sagrada familia de Nazaret. Hoy en este lugar están presentes muchas familias. Un número significativos de ellas, caminan con nosotros en la Iglesia arquidiocesana, a través de diversas experiencias comunitarias. A todas las familias presentes, les digo, Ustedes están en el corazón de Dios y en el corazón de la Iglesia. Quisiera que todas también estuvieran en el corazón de sus pastores, de sus obispos, de sus sacerdotes, para acogerlas en toda circunstancia, las cuidemos con celo, las acompañemos, las ayudemos en el proyecto de santidad propio del matrimonio y ante todo, las capacitemos para vivir la propia identidad al interior de la Iglesia y la sociedad.
Colocamos el Inicio de este Año Jubilar en nuestra arquidiócesis, bajo el amparo de la sagrada Familia de Nazaret, así sea.