Por Cecilia Arango Rojas, Secretaria de Planeación del Atlántico

Barranquilla, conocida como la “Puerta de Oro de Colombia”, ha sido durante más de dos siglos un símbolo de modernidad, emprendimiento y riqueza cultural. A lo largo de sus 212 años, la ciudad ha atravesado etapas de esplendor y momentos de adversidad, pero siempre ha sabido renacer con una tenacidad singular, forjada en el carácter de su gente y en la visión colectiva de avanzar hacia el futuro.
El esplendor del siglo XX: modernidad, puertos y urbanismo visionario
A principios del siglo XX, Barranquilla se consolidó como el principal centro comercial del país, gracias a su ubicación estratégica sobre el río Magdalena y al fortalecimiento de su infraestructura portuaria. Fue pionera en recibir el telégrafo, la aviación comercial, el fútbol profesional, en adoptar servicios como la electricidad y el transporte moderno. Su puerto fluvial y marítimo impulsó una economía abierta e interconectada con el mundo.
La década de 1920 marcó una era de esplendor urbano y arquitectónico. Bajo la mirada del ingeniero Karl C. Parrish, nació El Prado, la primera urbanización planificada del país, con elegantes residencias neoclásicas, avenidas arboladas y una estética de vanguardia. Este desarrollo se vio complementado con la construcción del icónico Hotel El Prado, inaugurado en 1930, que se convirtió en un referente latinoamericano de lujo, centro de la vida social y diplomática del Caribe colombiano.
Barranquilla se proyectaba como una ciudad cosmopolita, moderna y vibrante.
Del declive al resurgir
Sin embargo, hacia mediados del siglo XX, la población creció 7 veces impactando el crecimiento y desarrollo socio-económico de la ciudad y comenzó a ralentizarse. Factores como el centralismo bogotano, la pérdida de competitividad frente a puertos como Cartagena y Buenaventura, y la falta de inversión en planificación urbana, precipitaron un deterioro gradual. La crisis de los años 80 agravó la situación: colapso institucional, servicios públicos colapsados y un aumento alarmante de la pobreza urbana.
Pero la ciudad no se dio por vencida. A finales de los años 90 y comienzos del nuevo milenio, emergió una Barranquilla resiliente, impulsada por su comunidad empresarial, el sector educativo, líderes sociales y ciudadanos comprometidos. Con el respaldo de gobiernos locales a partir 2008 decididos a impulsar el cambio, comenzó un proceso de transformación profunda.
Se revitalizaron espacios públicos, se modernizó la infraestructura vial y portuaria, se reforzó la educación pública y se atrajo inversión privada. El Gran Malecón del Río, hoy ícono urbano, simboliza esa reconciliación entre la ciudad y su geografía fluvial.
Un presente vibrante y un futuro compartido
Actualmente, Barranquilla se destaca como destino nacional e internacional para el turismo de eventos y negocios. Su infraestructura para congresos, ferias y encuentros empresariales la posiciona como una joya del Caribe. De la mano del desarrollo del Atlántico, ofrece un entorno propicio para la inversión, convirtiéndose en un polo estratégico para empresas, industrias, centros de innovación, salud y líder en transición energética en el Gran Caribe.
Su conectividad aérea, vial, portuaria y digital, el capital humano formado en instituciones de excelencia y acreditadas, el dinamismo de su ecosistema empresarial y comercial, consolidan a Barranquilla como una ciudad abierta al mundo, con vocación global y esencia caribeña.
Compromiso de todos
Barranquilla también se distingue no solo por su Carnaval maravilloso, declarado patrimonio oral intangible de la humanidad por la Unesco, por sus artistas, sino por su gente creativa y hospitalarias. Ha sido, y continúa siendo, un territorio que acoge con generosidad a quienes llegan, sean nacionales o extranjeros. La amabilidad y cordialidad de su gente son parte esencial de su identidad. Así fue como mi padre llegó a esta tierra, en tiempos en que el comercio por el río Magdalena conectaba al interior del país con la costa. Aquí encontró su destino, conoció a mi madre y formó nuestra familia. Como la nuestra, muchas familias en Barranquilla han sido tejidas desde la multiculturalidad, enriqueciendo el tejido social de la ciudad. En esta nueva etapa de desarrollo, se ha intensificado la llegada de migrantes y personas retornadas, movidas por circunstancias aún más difíciles en otros territorios. A todos, Barranquilla les ha tendido la mano, reafirmando su vocación solidaria y abierta al mundo.
A pesar de los avances, persisten desafíos como la seguridad, la inclusión social, el orden urbano y la sostenibilidad ambiental. Abordarlos requiere una ciudadanía activa y comprometida. La cultura ciudadana no es un lujo: es el cimiento para continuar construyendo una Barranquilla más justa, armónica y equitativa.
Celebrar los 212 años de la ciudad no es solo honrar su historia, sino también asumir el compromiso de construir su porvenir. Como sociedad, estamos llamados a acompañar su desarrollo con conciencia, participación y sentido de pertenencia.
Barranquilla no solo brilla: inspira.
Su historia nos recuerda que la grandeza se edifica con memoria, unidad y visión colectiva. Celebremos su vida con el orgullo de lo que ha sido y la confianza en todo lo que está por venir.