En 1828, Colombia se hubiese podido convertir en una monarquía.
De hecho, ya lo había sido durante ocho meses en 1811, cuando bajo el amparo de la constitución monárquica de Cundinamarca, que proclamaba a don Fernando VII como rey de los cundinamarqueses y, ante la imposibilidad de que el monarca pudiese venir a reinar desde Santa Fe, se estableció la figura del Vice regente o Vicegerente de la persona del rey, que llegó a ocupar don Jorge Tadeo Lozano, tercer marqués de San Jorge de Bogotá y segundo Vizconde de Pastrana, quien suscribió algunos decretos con la firma de Jorge I de Cundinamarca.
El rey Jorge, que más adelante fallecería fusilado el 6 de julio de 1816 durante el régimen del terror, perdió su mayestático título, al convertirse en prócer de la Independencia. Su familia, hoy en día no reivindica los derechos sucesorales en el trono cundinamarqués, aunque sí el marquesado y el vizcondado, que revirtieron en su momento la corona, porque los Lozano no pagaron los impuestos de expedición a la corona española.
Luego de ese primer conato de monarquía, la preocupación dominante en nuestra Cancillería, en los tiempos de la primera Colombia, como lo narra don Tomás Rueda Vargas en sus páginas escogidas y en el estudio “Monarquía y monarquistas en Colombia”, sería la sucesión de Bolívar y el reconocimiento de nuestra República por “las potencias europeas y por los Estados Unidos”.
Así, a comienzos de 1829, llegó a Bogotá el joven diplomático francés, conde Carlos de Bresson, como embajador de su majestad cristianísima don Luis XVIII, rey de Francia, en compañía del duque de Montebello.
Conde y Duque, venían como agentes con intereses más allá de los diplomáticos y, aprovechando el fracaso de la Convención de Ocaña de 1828, que Bolívar andaba por Guayaquil y que el gobierno estaba a cargo de un consejo de ministros -Castillo, Restrepo, Vergara y Urdaneta-, quienes se trataban, pero no se soportaban.
Don Estanislao Vergara era partidario de la monarquía y los nobles franceses lo sabían. Para Vergara, como presidente del Consejo, buscar la coronación de Bolívar como “Libertador-Presidente”, pero con los atributos de un rey, era lo más importante, nombrándole como sucesor un príncipe europeo, ojalá francés, como lo comunicó oficialmente, en nombre del Consejo de Ministros el 5 de septiembre de 1829; ese era el eco de lo que el conde de Bresson buscaba: La monarquía con Bolívar, a quien se daría como sucesor un hijo del príncipe de Orleans. Sin embargo, Bolívar desaprobó los planes en carta fechada en Tapio el 18 de diciembre de 1829, entonces, Vergara comunicó a Bresson el 31 de diciembre, que las negociaciones quedaban suspendidas, en vista de la improbación del Libertador. En febrero de 1830, el conde abandonó el país; cuatro meses y medio antes, ya se había ido el duque de Montebello con otras instrucciones: Las del sí a la monarquía por parte del Consejo de Ministros.
Bresson, un “chisgarabís” intrigante, según concepto de muchos, luego buscó ser uno de los seis candidatos a marido de Isabel II de España. Mientras tanto, ni la importación de un príncipe, ni la presidencia vitalicia tuvieron acogida, lo cual, sólo hasta 2021 “descubrió” la corte Interamericana de Derechos Humanos, al recomendar la reelección automática de nuestros gobernantes, dueños absolutos del poder. Eso me lleva a recordar una anécdota de finales del siglo XIX, cuando alguien increpó a don Miguel Antonio Caro y le dijo: “¡¡Señor Caro, las funciones del presidente de la república se asemejan a las de una monarquía absolutista!!” Y Caro contestó: “Sí, pero desafortunadamente, electiva”.
Por: Hernán Alejandro Olano García