Casi que desde que existimos nos enseñan o aprendemos a utilizar la comparación como una herramienta para sobrevivir. Una forma de ver el vaso medio lleno. Y en esa dinámica, siempre alguien va a estar más jodida que nosotras. El “contentillo” cuando la cosa no viene tan bien y necesitamos agarrarnos de algo para repuntar, entonces decimos: “pues en el peor de los mundos no estoy”.
Eso sentí en mi visita a Guatemala, en mayo. Visité el corazón del mundo maya, como se le conoce, como representante de la FLIP en una misión internacional conformada por siete organizaciones —además de nosotros— y dos redes regionales defensoras de la libertad de expresión y prensa en Latinoamérica. Queríamos conocer de primera mano la situación del país, que en las próximas semanas elegirá Presidente, alcaldes y diputados.
Fueron días de escuchar, una y otra vez, historias de hombres y mujeres comunicadoras, muchas de ellas indígenas. En sus relatos, las agresiones físicas y psicológicas dejan ver lo sistemática que es la persecución e intimidación a la prensa, donde el espectro digital ha potenciado estos ataques.
Fueron días de pensar cómo construir una red más resistente y resiliente, que soporte los embates y la estigmatización hacia los medios y los y las periodistas en Latinoamérica. Porque la situación de Guatemala se refleja ―guardando las particularidades de cada país― en otros. Sin embargo, sería un error pensar que lo que está pasando en la región es un único modelo que se copia y se pega. Sería un error, aún más grande, quedarnos con “el contentillo” frente a la preocupante situación de la libertad de prensa y expresión, pues el peligro es que terminemos en el peor de los mundos, sin darnos cuenta.