La educación sexual sigue siendo limitada y estigmatizada, marcada por tabúes culturales, falta de formación docente y escaso respaldo institucional, lo que impide que niños, niñas y adolescentes accedan a información clara, respetuosa y útil sobre su sexualidad.
Se necesita un enfoque integral, afectivo y transversal, que aborde temas como el consentimiento, la identidad, el placer y las emociones, más allá de la prevención. Debe tratarse como un saber legítimo y vital, no como una obligación incómoda o secundaria.
La responsabilidad es compartida entre familias, colegios e instituciones, y es urgente asumirla para garantizar el bienestar emocional, la autonomía y la prevención de violencias.
Septiembre de 2025. ¿Y si hablar de sexualidad no fuera incómodo, sino liberador? Hablar de sexualidad con libertad, sin miedo ni prejuicios, sigue siendo un desafío pendiente en la mayoría de las instituciones educativas de Colombia.
Cada 4 de septiembre, el Día Mundial de la Salud Sexual recuerda el derecho de todas las personas a vivir su sexualidad con bienestar, dignidad y libertad. Pero en el país, ese derecho aún tropieza con estigmas religiosos, desinformación, vergüenza, machismo y un sistema educativo que le sigue dando la espalda a una formación integral, afectiva y realista.
Así lo advierte una investigación reciente del Politécnico Grancolombiano, titulada “Mi cuerpo, nuestro cuerpo: educación para la sexualidad”, liderada por las docentes y psicólogas Laura Segovia, Alejandra Hernández y Natalia Turriago.
La investigación concluye que la educación sexual en Colombia sigue siendo fragmentada, reducida a lo médico, impartida con miedo o desdén, y muy alejada de las preguntas reales de niños, niñas y adolescentes. Más que una herramienta de transformación social, sigue tratándose como una obligación incómoda que se cumple con lo mínimo.
¿En qué estamos fallando?
El estudio identificó tres grandes fallas estructurales. La primera, una resistencia cultural que se traduce en tabúes, silencios, risas incómodas y hasta burlas. La sexualidad sigue siendo un tema del que no se habla, o se habla mal. “Las personas se acercan al tema con timidez, con risa nerviosa, con desinterés. Se necesita paciencia y sobre todo institucionalizar estos procesos para que realmente lleguen a niños, niñas y adolescentes”, explica Laura Segovia.
La segunda gran falla es la falta de capacitación de quienes deben enseñar. Muchos docentes no cuentan con herramientas, ni actualizaciones, ni recursos adecuados. A esto se suma el uso de materiales descontextualizados, obsoletos o excesivamente técnicos. Eso hace que haya unos imaginarios y unos esquemas confusos, y limita la naturalización de los temas en torno a la sexualidad. Sin formación seria ni metodologías claras, las clases de educación sexual terminan siendo espacios vacíos o puramente normativos.
Y la tercera gran falla es la falta de soporte institucional y comunitario. La educación sexual no se asume como un tema prioritario, pasa a segundo plano frente a “asignaturas más importantes” como matemáticas o ciencias, especialmente en época de evaluaciones. Pero, como lo señala Segovia, “lo emocional, lo sexual, todo eso que constituye nuestra vida, queda en segundo plano, cuando realmente el 90% del tiempo andamos en eso”.
¿Qué necesitamos transformar?
Más que una cátedra suelta en la malla curricular, se necesita un enfoque integral, transversal y afectivo. La educación sexual debe ir mucho más allá de la prevención de embarazos o infecciones, debe abordar el consentimiento, las emociones, el placer, la diversidad, la identidad de género, los vínculos sanos y la toma de decisiones informadas. Y debe hacerse con un lenguaje respetuoso, sin infantilizar ni ridiculizar a quienes preguntan.
La investigación propone repensar el modelo educativo y asumir la sexualidad como un campo de saber legítimo, vital y urgente. Para ello, se requiere un cambio de mirada que empiece en casa, se refuerce en el aula y sea sostenido por las instituciones. Como insisten las investigadoras del Politécnico Grancolombiano: “no se trata de una charla aislada, se trata de articular conocimiento, cultura y pedagogía para sembrar otra forma de hablar de sexualidad, más cercana, más empática, más real”.
El rol de las familias, los colegios y los jóvenes
La educación sexual no es tarea exclusiva del colegio, es una responsabilidad compartida. Las familias deben dejar de ver la sexualidad como un tema prohibido o ajeno. Los adolescentes necesitan espacios seguros para preguntar, sentir y comprender. Y las instituciones educativas deben dejar de improvisar, urge que asuman el tema con seriedad, inviertan en formación docente y articulen esfuerzos con programas de salud, cultura y bienestar emocional.
“No hay un soporte como comunidad educativa. Falta trabajo desde los padres, desde los currículos, desde las investigaciones. Hay que comenzar a hacer cambios reales, que se vean, que la gente lo comience a ver como algo natural”, afirman las investigadoras.
Y es que la educación sexual no puede esperar. En un país con altas tasas de embarazos adolescentes, violencia basada en género, discriminación hacia la población diversa y desinformación generalizada sobre el cuerpo y el placer, la educación sexual ya no es un lujo, es una necesidad urgente, una apuesta por el bienestar emocional, la autonomía, la prevención de violencias y la construcción de relaciones sanas. El silencio no protege, el tabú no educa, lo que protege y transforma es el conocimiento.