Días asombrosos en Jordania

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Por María Angélica Aparicio P.

Contó que se iba a la cola del mundo. ¡Diosito! ¿A dónde? A Jordania, el país que los colombianos visitan para empaparse de su legado y de los cambios actuales que sostiene para desarrollarse. Pero en aquél mes de octubre del año pasado, no era el mejor momento para conocer esta histórica nación. Una gran confusión reinaba con los incidentes de la Franja de Gaza.

Los jordanos estaban en alerta por los bombardeos de sus vecinos. Los israelíes y los miembros del grupo Hamás no cesaban su hostilidad en la antigua Palestina. Todo era ruido, tensión, derrumbes. Una luz color naranja tenía en suspenso a locales jordanos, tiendas, instituciones, hogares, y al aeropuerto internacional “Reina Alia” de Amán, capital del país.

Sin embargo, Ana tomó el avión. Se subió en compañía de otro colombiano, rumbo al reino que, por muchos años, lideró el rey Hussein I, aquél hombre bajito, reflexivo, defensor de la paz con los israelíes. Angustiada y con su miedo latente, abordó la aerolínea Turkish rumbo al país que le causaba tantas intrigas: a Jordania.

Tras el viaje, que resultó exitoso, su charla conmigo fue una grata lección de historia. Un viaje fotográfico, con explicaciones puntuales, del país turístico, comercial y cultural donde viven cientos de jordanos. Sus fotos me enseñaron un contraste -como en otros países- entre la pobreza marcada de sus pobladores y la riqueza escandalosa de otros, musulmanes todos de corazón, de pensamiento y de auténtica fe.

Jordania es un territorio de ruinas, de construcciones modernas, de rocas monumentales y arte milenario. El paisaje rural es su filigrana más preciada, lo más simbólico que conserva. Resalta por sus formas quebradas, las tierras áridas, la mezcla de colores, sus infinitos olores. Las montañas proyectan magia, poder, también la huella de los hombres que deambularon, hace miles de años atrás, en caravanas.

El país tiene su asiento en el occidente de Asia, lejos del legendario mar Mediterráneo de los europeos. Es tan antiguo y hermoso como la misma Biblia, como El Corán. También moderno con sus edificios, calles, restaurantes, mercados y carreteras vehiculares. Ha crecido en infraestructura. Viejas ciudades como Jericó y Belén, fundadas antes de la aparición de Cristo, siguen en progreso.

Amán es el centro de Jordania, también la ciudad grande y juguetona que envuelve al turista. Aquí se zarandea la vida entre las ruinas de los monumentos y el goce de los habitantes. Es una ciudad que se extiende sobre varias colinas. Es la capital del país que se engalana con sus mezquitas, zócalos, museos, el teatro romano de Amman. Es bueno visitarla con buen clima para disfrutar, mejor, su ruido y sus movimientos.

Entre las dichas para recorrer en Amán, está el templo de Hércules, levantado por los antiguos romanos en aquél imperio liderado por los césares. El templo no está con su caparazón completo, lo cual hace más atractivo el sitio. La forma, el tamaño descomunal de las columnas, la piedra elegida por los arquitectos, causan un goce total.

Otra delicia para conocer es el Odeón, el teatro romano sin cubierta, hecho en la antigüedad para unos quinientos espectadores. Sus ruinas en piedra, conservadas como reliquias en buen estado, permiten imaginar y sentir el canto, la música de instrumentos, la poesía, el ardor de los discursos que debieron escucharse en ese tiempo antiquísimo. En los días soleados se permite, en el Odeón, la presentación de festivales, para alabar, con arte, el baile de los jordanos.

Salirse de Amán es adentrarse en los pueblos que conforman Jordania. Se trata de conocer las comunidades, los ambientes, la gente que vive a lo largo y ancho de este país asiático. Al Salt, es un pueblo localizado al norte de Amán. Se caracteriza por un conjunto de edificios, apretados entre sí, de poca altura, cuyas paredes brillan con el sol. Los ciudadanos permanecen en las calles, armando, con sus túnicas y cestas de alimentos, una especie de folklor local que atrapa, plácidamente, al turista.

Por una ruta de andar lento, se llega a la ciudad de Irbid, situada más arriba, hacia el norte. Es un lugar populoso, el tercero de Jordania. Aquí se halla el museo arqueológico de Jerash, uno de los más antiguos del país. Sus alrededores externos están asentados en una zona estéril de especial belleza.

En otras tierras desérticas, el turista puede hallar, de sopetón, a los pastores tradicionales. Son hombres curtidos por el sol que mantienen vivas sus costumbres ancestrales. Son musulmanes que cruzan las carreteras, montados en burros de origen nacional, arreando a un rebaño de ovejas o cabras. ¡Ahí están! Van ataviados con los bastones de mando, las túnicas largas y los sombreros de tela que los distingue. Alientan a un grupo de animales que, en silencio sumiso, los siguen más cabizbajos que una docena de vacas.

Algunos de estos pastores se hallan en las montañas. Se plantan frente al turista y saludan en inglés. No tienen prisa de nada, el mundo para ellos marcha a dos. Sonríen, conversan con humor; exponen con gracia sus rostros arrugados, sus barbas blancas, sus mechas desordenadas cubiertas por las Kufiyas. Muchos son viejos y expertos en el oficio del pastoreo.

Los jóvenes del campo también se enredan con los extranjeros. Son nómadas jordanos, de origen humilde, entregados al turista con una envidiable soltura. Enfrentan el sol con sus túnicas, o con pantalones y camisas al estilo latino, elaboradas con telas muy livianas. Se muestran abiertos, charlatanes hasta el cansancio, hospitalarios. Se alinean rápido con el foráneo que anda de visita.

A una altura pavorosa del nivel del mar, estos chicos acostumbran a sacar una tetera, vieja y abucheada, para calentar agua y hacer té en la ladera de la montaña. Cuando hierve el agua, comparten una exquisita bebida de menta, de sabor y olor penetrantes, mientras desarrollan un cruce de ideas sobre la naturaleza, hermosa y cálida, que rodea a Jordania.

Mi estimada Ana: ha sido una experiencia única, conocer a Jordania a través de tus palabras y tus registros fotográficos. Gracias por tu tiempo.