Es cierto. José Orellano también enmudeció cuando Alejo Durán ‘peló’ un bajo y paró su toque.
José Orellano Niebles es uno de los mejores cronistas de Barranquilla. ¡Escribe sabroso!
Hace unos lustros fue jefe de redacción de El Heraldo y fue fundador del diario La Libertad. Recorrió palmo a palmo la costa atlántica y asistió en primera fila a 24 festivales de la Leyenda Vallenata.
Por su cabellera en rizos y sus gafas redondas, algunas personas lo confunden con Piero, el cantante argentino, pero él, simplemente se ríe del chiste. Laboró al lado de Olguita Emiliani –la gran Olguita Emiliani—y estuvo bajo las órdenes de Juan B. Fernández.
Orellano es perfeccionista. Como corrector de estilo, no se le pasa una coma, una tilde o un dato. Minucioso, escudriñador y observador. Los veteranos periodistas dirían que “Orellano no traga entero”.
Decenas de crónicas sobre infinidad de historias redactó con dos dedos para El Heraldo. Es un “chuzógrafo” o “pullógrafo” experimentado. Pero, además, goza de una extraordinaria memoria y posee el don de análisis sobre diversos temas. Ama al Caribe. Lo añora. Aunque trata de recibir el sol bogotano, comprende que no hay como la brisa barranquillera, el calor de las playas de Cartagena o El Rodadero, el bochorno de las sabanas de Sucre y Montería, la humedad de Los Montes de María o las gélidas tardes de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Recordando historias creó el portal de internet “El Muelle Caribe” en el cual poetas, escritores, periodistas, soñadores, profesionales de las diversas ramas y enamorados de la Costa Atlántica escriben notas nostálgicas de enamorados o versos de amor y esperanza.
Orellano está feliz. En la primera semana de septiembre llegará a los 300 números de su bendito “El Muelle Caribe”. En estos días de agosto prepara —para el 4 o el 11 de septiembre— un Facebook Live y una transmisión por YouTube. Tendrá, según anticipa, recital poético y un par de conversaciones sobre migraciones y calentamiento global. Algunos contarán sus experiencias con la pandemia y cómo sobrevivieron al ataque feroz del Covid-19.
UNA TERTULIA IMPROVISADA
Los clientes de Juan Valdez del Centro Comercial Santa Fe observaban al par de periodistas y volteaban a mirar cuando escuchaban decir a Orellano: “No joda” o cuando cantaba algún vallenato de su alma, porque si algo tiene este comunicador es una retentiva para los nombres de autores, compositores y letras de vallenatos.
Ese ‘hablao gritao’ que se le quedó desde cuando, adolescente él, tenía que hablar ‘duro’, en voz alta, para derrotar los decibeles de los dos picós que, flanqueando su casa en Soledad, competían a todo volumen y sin parar desde la tarde el viernes hasta la medianoche del domingo. “Uno de ellos se llamaba ‘El subi’”, recuerda.
Departió un par de veces con Gabriel García Márquez, estuvo en decenas de presentaciones de personajes como Alfredo Gutiérrez, Diomedes Díaz, Rafael Orozco, Jorge Oñate, Poncho Zuleta, Iván Villazón, Silvio Brito, Ivo Díaz, Alejandro Durán, Nicolás “colacho” Mendoza, Orángel “el pangue” Maestre y decenas de acordeoneros y cantantes que va enumerando de uno en uno hasta casi terminar el primer tinto.
Fue invitado también a las parrandas célebres de la familia Pavajeau en la Plaza Alfonso López de Valledupar. Conoció, entrevistó, polemizó, pero también reconoció el valor de Consuelo Araújo Noguera.
Está de acuerdo con que primero hubo una música costeña con acordeón y que el primer encuentro vallenato se propició en 1963 por Gabriel García Márquez.
–“Claro”, grita Orellano. Eso fue en Aracataca e incluso Gloria Pachón –que era periodista de El Tiempo—lo tituló “Festival vallenato en Aracataca”. Así fue compadre”.
Aunque primero fueron ritmos con guitarras y guacharacas, con la llegada del acordeón de contrabando, la música costeña adoptó al instrumento como propio y se regó por las sabanas de Montería y Sucre, se incrustó en el Valle de Upar y pasó las cordilleras para llegar a los santanderes y Bogotá.
Orellano va contando que un grupo inmenso de juglares aprendieron sin maestros la forma de teclear y de mover el acordeón para sacarle los mejores acordes. Eran autodidactas. En diversos puntos de la geografía costeña surgieron maestros que hoy son leyenda. Alfredo encontró en ese instrumento su forma de vida y creaba música por doquier con Los Corraleros de Majagual y luego con sus romances que grabara para Codiscos y que también hiciera en Venezuela. Fue Alfredo el primer personaje que internacionalizó el nuevo ritmo. Estuvo en el vecino país, pero también en Panamá donde conquistó el guararé y con el maestro Dorindo Cárdenas grabó el inmortal “Festival en Guararé”, pero también fue a México y causó sensación con su idea de meterle el bajo eléctrico a sus acompañamientos musicales. Y cantó con mariachi.
Se detiene en su conversación un segundo, para un nuevo sorbo de tinto y Orellano entona un trozo de la canción de Rubén Darío Salcedo: Tiene los ojos indios como me gustan a mí, hechiceros y chiquiticos brillantes como el safir”.
“Con esa colección de canciones Alfredo se lució”, sentencia Orellano.
EN EL FESTIVAL VALLENATO
En El Heraldo encontraron en el joven redactor su especialista para cubrir el Festival de la Leyenda Vallenata. Fueron 24 años de festivales —Además de El Heraldo, La Libertad, Televista, El Informador, El Pilón, El Muelle Caribe en papel, cuando ganó Harold Rivera— con decenas de anécdotas, recuerdos, encuentros, canciones. Vio nacer, crecer y acompañar en muchas parrandas a decenas de artistas.
“Aunque Jorge Oñate, Poncho Zuleta, Beto Zabaleta e Iván Villazón son muy buenos cantantes, para Orellano, la mejor voz del vallenato es la de Silvio Brito. “No jooooda. Yo estaba en Valledupar, 1986, cuando cantó “Ausencia sentimental” del maestro Rafael Manjarréz y ganó ese año como canción inédita. Esa noche fue inolvidable.
La gente en la Plaza Alfonso López gritaba de emoción, dice Orellano antes de cantar: “Ya comienza el festival, vinieron a invitarme, ya se van los provincianos que estudian conmigo, ayer tarde que volvieron preferí negarme, pa’ no tener que contarle a nadie mis motivos, yo que me muero por ir y es mi deber quedarme, me quedo en la capital por cosas del destino”.
Claro. Los comensales de ‘La bella’ –el comedero típico de fama en Valledupar– prestaban atención a la conversación de un gran experto y de un periodista cachaco con ganas de aprender. Más de uno volvía a repetir plato o picada con tal de no perder el hilo de la conversación, interrumpida por la misma ‘La bella’, quien a pulmón herido gritaba los nombres de quienes habían solicitado el servicio. “Fernando López”, “Guillermo”, “Mariela”, “Gustavo”… Era un parlante de no sé cuántos voltios.
–Orellano—le manifesté— en 1987 se celebró el Primer Festival llamado como “Rey de Reyes”. Se presentaron Luis Enrique Martínez, Egidio Cuadrado, Elberto López, Calixto Ochoa, Orángel Maestre, Nicolás “colacho” Mendoza, Raúl “el chiche” Martínez y Alejandro Durán. Alfredo no quiso presentarse. Cuenta la historia que Alejandro Durán estaba tocando su puya “Este pedazo de acordeón”, y de un momento a otro se detuvo y se silenció la plaza. Nadie entendía qué pasaba. Pero el maestro dijo “Pueblo: me acabo de descalificar yo mismo” porque había tocado algo mal, pero ni el jurado ni el público se había dado cuenta. ¿Cómo fue eso?
Orellano mueve su pelo encrespado y contesta: “Yo también guardé silencio. Después de las explicaciones, el jurado lo dejó continuar, pero claro, quedó descalificado. Había ‘pelado’ un bajo, su especialidad.
Eligieron a Nicolás “colacho” Mendoza y el público se alborotó, comenzó a llover toda clase de objetos a la tarima. Al jurado, a los periodistas y a quienes estábamos en las primeras filas nos tocó guarecernos. Nos asustamos con los disparos del Ejército”.
“Yo escribí una detallada crónica que salió en El Heraldo en la primera página, luego Consuelo Araújo Noguera y toda la Fundación del Festival mandaron a la dirección del periódico una carta de elogios para mí, por haber sido, escribieron ellos, el único periodista que no se dejó arrastrar por la emoción preconcebida de que era Alejo quien debía ganar”.
–¿Promete que escribirá la historia sobre esa noche de Valledupar?
–Seguro que sí –sentencia–. Pero sobre la base de la máxima de García Márquez que precisa que “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda para contarla”. Página que antecede al primer capítulo de sus memorias: ‘Vivir para contarla’ –remata Orellano.
Ya estábamos nerviosos de tanto tinto y vino a nuestra memoria el recuerdo del gran periodista José Joaquín Rincón Chávez, –el gran Jota Jota– quien siempre nos acompañaba en nuestras tertulias. Siempre nos invitaba. Era un hombre sonriente. Ameno. De buen humor. Poeta y hombre sensible a la realidad nacional.
Jota Jota marchó en marzo de este año al cielo de los poetas, al cielo de los hombres buenos.
Orellano se puso melancólico y simplemente dijo: “Compadre, me pondré a trabajar en la crónica de la noche del primer ‘Rey de reyes’”.
Por Guillermo Romero Salamanca