Sin conformismo. Los números no engañan. Era para ganarlo y no para empatar. Y no se logró el objetivo porque, de nuevo, el fútbol de Colombia fue intermitente.
Partido intenso, rápido, con llegadas a la portería, pero sin goles suficientes para el triunfo.
Quiso, la selección, darle vida al balón, desnivelando con técnica, lo que logró en muchos pasajes del juego, pero, como es costumbre, se fue deshaciendo a medida que el tiempo se consumía, asumiendo riesgos, con inocultables grietas.
Los pases dejaron de ser precisos, se redujo la frecuencia de toques, se perdió el control sobre el espacio, se dividió la pelota, con duelos constantes, los que, en ocasiones, parecían peleas callejeras, donde vale todo. El caso Barrios es una muestra, con perdón milagroso.
Pero estaba Cuadrado.
Fue el guía, dispuesto a demostrar que en el caso James Rodríguez, no hay tiempo de llorar. Es hora de frenar el lagrimeo por su ausencia. Dilema de por medio porque no se considera si recuperarlo cuando él quiera, o cuando la selección lo necesite.
Cuadrado fue influyente, omnipresente, aunque desordenado; con visión periférica, provocador, con asistencias, fintas, desbordes y destreza en la ejecución del penalti. Pero, al final, la fatiga frenó sus impulsos.
Manejó desde sus habilidades y engaños, el ritmo del partido.
Fue el líder del equipo. Al mejor estilo de Muhammad Ali, extinto campeón mundial, convertido en leyenda, que “volaba como una mariposa y picaba como una abeja”.
Lo cierto es que, a pesar de los fallos de la defensa temblorosa, la búsqueda sin gol, la indefinición del equipo, y las ayudas del VAR, con el árbitro indeciso, como argumento para el resultado, con Reinaldo en la serie, Colombia sigue invicta.
Confundido, claro, porque no impone condiciones frente a la debilidad de sus rivales. Su fútbol, sin estructuras sólidas, es vistoso solo por ratos, lo que no le da estabilidad en la tabla de estadísticas.
Como conclusión, la selección “mato el tigre y se asustó con el cuero”.
Nota al margen. Vergüenza en Brasil- Argentina, Teatro del absurdo. El fútbol ingobernable, empeñado en repeler y desobedecer normas y leyes que se escribieron para cumplirlas. Apareció de nuevo el enemigo invisible, la trampa, dispuesto a pelear con la pandemia. Graves serán las consecuencias porque la irresponsabilidad escondió la pelota. El fútbol no es intocable y los futbolistas, por famosos que sean, no son dioses.
Por Esteban Jaramillo Osorio