Por Eduardo Frontado Sánchez

En tiempos de cambio profundo y constante, es inevitable que nos preguntemos: ¿qué significa hoy trabajar? La pandemia, más que un paréntesis en nuestras rutinas, nos forzó a replantearnos muchas certezas. Entre ellas, el concepto mismo de trabajo, no solo como una ocupación profesional, sino como una forma de adaptarse, resistir y evolucionar en medio de un contexto global convulso.
Trabajar ya no es únicamente ejercer una carrera. Es, sobre todo, un proceso de reinvención permanente. Los modelos tradicionales quedaron atrás: hoy se valora más la capacidad de adaptación, la creatividad para encontrar nuevas formas de aportar valor, y la disposición para salir de la zona de confort. Ya no basta con un currículum brillante; lo que más buscan las organizaciones es autenticidad, compromiso y una habilidad casi instintiva para encontrar oportunidades donde otros solo ven crisis.
Estamos ante el desafío de descubrir y potenciar nuestras fortalezas individuales, muchas veces en soledad, sin un camino claro. El trabajo no viene a tocarnos la puerta, pero nosotros, como humanidad, estamos en constante movimiento buscando nuestro lugar, nuestro propósito. Y en esa búsqueda, enfrentamos también nuestras propias dudas, nuestros miedos, nuestros límites.
Creo profundamente que este es un momento histórico para aplicar una filosofía de vida basada en transformar las adversidades en oportunidades. No se trata de ir más rápido, sino de resistir, de sostenernos en la marcha, de crecer a pesar de todo. Porque hoy más que nunca, el aprendizaje continuo, la capacidad de reinterpretar nuestras experiencias y el deseo de seguir avanzando son las verdaderas competencias del presente.
Nuestros proyectos de vida ya no son lineales ni fijos. Se moldean, cambian, se adaptan. Y en ese proceso de transformación, necesitamos dosis generosas de empatía, con los otros, pero sobre todo con nosotros mismos. Aceptar que no siempre tendremos todas las respuestas es también parte del camino.
La motivación sigue siendo esencial, pero en estos tiempos, quizás lo más valioso sea la capacidad de caer, levantarse y volver a intentarlo. Redefinir nuestras metas, no desde la urgencia del éxito, sino desde el sentido profundo de lo que queremos ser y aportar al mundo.
El trabajo, hoy, está inevitablemente vinculado a nuestros valores, a nuestras metas y al impacto que queremos tener. Y aunque no todos estén ejerciendo la profesión soñada, todos —sin excepción— estamos involucrados en un trabajo constante: con la sociedad, con nuestras emociones, con nuestras ideas, con nuestra humanidad.
Creo que nadie, hoy por hoy, está realmente desocupado. Porque el trabajo más importante que tenemos es el de reconstruirnos, cuidarnos, acompañarnos y, sobre todo, recordar que lo humano nos identifica y lo distinto nos une.