Por Guillermo Romero Salamanca
En los años sesenta y setenta, tipo ocho de la noche, por Caracol, la Cadena Radial Colombiana, los colombianos disfrutaban de las ocurrencias de “Los Chaparrines”, un programa dramatizado con diversas historias de la vida familiar, social o política.
La sintonía era total. Por lo general, a esa hora, los padres encendían la radio y los hijos escuchaban, en la oscuridad total, los comentarios que se hacían.
Ellos divertían.
Estuvieron primero en Caracol Radio y luego en Todelar, cuando esta cadena comandó la sintonía.
Fue tal su popularidad que varias empresas, juntas de acción comunal o uno y otro municipio los contrataron para hacer presentaciones públicas para el deleite de chicos y grandes. El más entretenido era Mario, a quien, simplemente, llamaban como “Mamerto Mastuerzo”.
Ellos eran Víctor, Mario y Augusto, “Los Chaparrines”, pero el encargado de los libretos era don Enrique Saquisela Pacheco.
Un día el elenco se descompletó ante la muerte de Víctor y entonces determinaron viajar a Cali para probar suerte allá y fueron también contratados por la radio local. Ya no tenían el programa nacional, pero igual divertían a los oyentes caleños con sus gracejos y entonces vino otra tristeza, el fallecimiento de Augusto.
Enrique y Mario siempre iban de un lado a otro, juntos. Ofreciendo acá y allá sus presentaciones. A veces se les veía en la calle octava o en la Calle del Pecado ofreciendo sus pantomimas en discotecas. Los aplausos eran escasos.
En uno de esos paseos de la calle Quinta los vi caminar desorientados. César Machado Cárdenas, gran técnico radial caleño, hizo la observación: “Estos son Los Chaparrines”.
–No pueden ser, le dije a Machadito.
Los saludamos y los invitamos a almorzar. Qué recuerdos y qué risas le sacamos a los dos.
–¡Qué bueno sería volver a realizar el programa!, les comenté y de inmediato el brillo de sus ojos cambió.
Hablé con Víctor Sánchez, “victorraulito”, gerente de Radio Mil 500 y en pleno AM, en la esquina del dial comenzaron a organizar su regreso a las ondas hertzianas. Darío Agudelo, “don Melo” y el “Yiyo” les hicieron la cordial presentación en la emisora.
Don Enrique, siempre serio, llegaba muy temprano a la emisora y escribía los libretos.
Pasaron varias semanas y un día lo encontré con las gafas en la mano, tratando de leer lo que había escrito. Le pregunté por qué agudizaba la visión y me comentó que ahora le quedaba difícil leer los libretos. Los miré y descubrí la razón: él escribía las cuartillas con 4 papeles carbón casi que invisibles del uso.
–Don Enrique y por qué mejor no le saca fotocopias.
Me miró asombrado y descubrió entonces que esa máquina le ahorraría el esfuerzo.
Tenía muchas dificultades don Enrique. A veces no tenía para el arriendo, otras veces, para pagar servicios, unas más para sus nuevos lentes, pero a pesar de todo, sacaba ánimo y del fondo de su alma, escribía sus libretos. Eran historias muy conocidas ya, pero que le animaban a continuar con la tarea.
En uno de esos malabares los encontré en el barrio El Lido, venían caminando kilómetros, como lo hacían siempre y Mario llevaba un pequeño pastor alemán en la mano.
Los saludé y, por gracioso, le pregunté a Mario:
–¿Para dónde lleva a ese animal?
–Es que nos los regaló una señora y vamos a venderlo para pagar unas deudas.
Yo dije entonces: “Estoy hablando con el perro, no con usted”.
Y Mario se puso de mal genio por mi apunte y nos dejó solos. Don Enrique me comentó que las cosas no estaban bien y entonces para resarcir mi comentario fuimos a darle sabor a la vida con un pollo. Así comíamos nosotros y algo le quedaban al can.
Siempre, a pesar de las circunstancias, hubo momentos para el humor, para recordar esas bellas presentaciones en La Media Torta de Bogotá y en diversas plazas colombianas o en circos donde los contrataron.
Llevaron su humor por Colombia.
Un domingo, él y su hermano Mario, fueron a un restaurante, al frente del Hospital Universitario del Valle y con un trozo de carne, se ahogó delante de él y de los comensales.
Fue un duro golpe para don Enrique. Al entierro de su hermano asistieron personajes de la radio local, Dago –el popular bailarín de salsa– el cantante Tito Cortez, don Fulvio González Caicedo –gran libretista de radionovelas, el divertido Montedgardo –redactor de la farándula criolla e impulsor de mujeres de 4.5 en conducta—un grupo de serenateros y amigos y curiosos. La verdad, éramos pocos.
El programa se acabó por sustracción de materia. Poco después la estación cambió de dueños.
Viajé a Bogotá con otros sueños y don Enrique siguió caminando de un lado a otro. Solitario. Decepcionado. Con bastantes depresiones. El hospital psiquiátrico San Miguel de Cali lo recibió y allí llegó a vivir. Fue muy servicial con sus compañeros de penurias. En los ratos de ocio les comentaba que él había sido muy famoso y que su nombre ocupó páginas y titulares de revistas y periódicos.
Este 23 de enero, los veteranos de la radio caleña y nacional dieron la noticia de su fallecimiento.
Dicen que los viejos ya no lloramos porque se nos secó el lagrimal, pero esta vez, del fondo del alma, una gota rodó por una mejilla nostálgica.