Entre innovación y futuro: el Perú que empieza a tomar forma

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Por Federico dos Reis, CEO de INFORM para Latinoamérica

Perú vive un momento de transformación silenciosa pero significativa. En mis recientes visitas al país he tenido la oportunidad de participar en espacios como @PeruPayments —dedicado a la innovación en servicios financieros— y el Congreso Técnico FICEM, uno de los principales encuentros de la industria del cemento a nivel regional. Ambos eventos ofrecieron una lectura clara: hay sectores que están evolucionando con una visión más estratégica y alineada con las tendencias globales.

Uno de los avances más visibles está en el ámbito financiero. Con el respaldo del Banco Central de Reserva del Perú y el auge de soluciones como Yape y Plin, la digitalización del dinero se ha convertido en una herramienta clave para facilitar transacciones, promover el ahorro y ampliar la inclusión financiera. Más allá de lo tecnológico, este cambio está impulsando una transformación cultural con impacto directo en la vida de millones de peruanos.

En paralelo, la industria de la construcción también muestra señales alentadoras. Empresas como UNACEM, Yura y Pacasmayo están incorporando nuevas tecnologías y soluciones basadas en inteligencia artificial, orientadas a mejorar la productividad y reducir el impacto ambiental. Es un sector que no solo levanta infraestructura, sino que empieza a construir sostenibilidad y competitividad a largo plazo.

Estos avances, sin embargo, conviven con desafíos propios de los contextos dinámicos de la región. Como en muchos países de América Latina, el ritmo del desarrollo a veces se ve condicionado por factores institucionales o por la naturaleza misma de los ciclos políticos. En este contexto, la continuidad de los proyectos y la claridad en las prioridades se vuelven elementos fundamentales para sostener el progreso. Lo que hoy se percibe, cada vez con más fuerza, es una demanda ciudadana por mayor previsibilidad y planificación. Ya no basta con crecer: es necesario hacerlo con dirección y propósito. En este sentido, contar con una hoja de ruta nacional —con objetivos de mediano y largo plazo— permitiría alinear los esfuerzos del sector público, el privado y la sociedad civil en torno a prioridades compartidas.

No se trata de evitar las diferencias políticas, sino de lograr consensos en temas clave que trasciendan la coyuntura. La experiencia internacional muestra que los países que logran sostener su desarrollo son aquellos capaces de construir acuerdos mínimos sobre sus grandes objetivos. Perú tiene con qué hacerlo. Su capital humano, su diversidad productiva y su energía emprendedora son activos sólidos. Lo que está en juego no es solo su capacidad de avanzar, sino de mantener el rumbo con consistencia. Los primeros pasos ya se están dando. El desafío ahora es consolidar ese movimiento con una visión que integre y proyecte el país hacia el futuro.