Se acerca el 2023, y con esto, el consumo desmedido e innecesario de ropa. En el mundo anualmente se arrojan al mar medio millón de toneladas de microfibra, lo que equivale a tres millones de barriles de petróleo, una cifra alarmante que pone en evidencia que la industria de la moda es una de las más contaminantes del planeta y que contribuye de manera directa en el cambio climático.
Esto se debe al famoso fast fashion o moda rápida, un modelo que cada vez se posiciona más en el mundo, caracterizado por las 56 colecciones anuales y los enormes volúmenes de ropa que produce a base de fibras sintética procedentes del petróleo -como el acrílico, nylon o el poliéster-[1], la rapidez con la que se introduce en el mercado y por los monumentales impactos medioambientales y sociales que genera.
Tatiana Céspedes, Coordinadora de Campañas de Greenpeace Colombia, afirma que “No es un secreto que el consumismo se ha convertido en el motor del sistema capitalista, en donde es obligatorio responder a las tendencias del momento. No obstante, hemos comprobado que una sola prenda hecha de poliéster libera hasta un millón de fibras microplásticas en una sola lavada, lo que debería hacernos replantear la necesidad de ciertos productos”.
De acuerdo con el Banco Mundial,[2]el 20% de la contaminación del agua a nivel global se debe al procesamiento textil. A esto se suma que se requieren 7.500 litros de agua para producir unos jeans, cantidad que equivale al líquido vital que bebe una persona promedio en siete años. Por si fuera poco, anualmente se requieren 93.000 millones de metros cúbicos de agua para la producción de vestidos, lo que equivale a una cantidad suficiente para que sobrevivan cinco millones de personas.
Además de esto, se ha calculado que esta industria es responsable de hasta un 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y esconde una realidad aterradora, ya que se estima que el 73% de la ropa producida cada año termina incinerada o sepultada en basureros, lo que contribuye a la contaminación terrestre y atmosférica.[3]
Si bien las grandes marcas han empezado a implementar en su estrategia de mercadeo la venta de prendas fabricadas con fibras recicladas, la realidad es que estos productos representan menos del 1% de los textiles que se comercializan. El más visible de estos problemas es la gran cantidad de desechos textiles contaminantes que se envían cada vez más a diferentes países de África y América del Sur. Solo en Bogotá, se producen cerca de 274 toneladas diarias de residuos textiles, lo que equivale a 0,040 Kg/hab./día.[4]
En esencia, el modelo de negocio lineal de la fast fashion es totalmente incompatible con un futuro respetuoso del planeta, pero el surgimiento de la moda ultrarrápida o ultra fast fashion liderado por diferentes marcas está acelerando aún más la catástrofe climática y ambiental y debe detenerse en seco mediante una legislación vinculante. El cambio pasa por primar alternativas de economía circular frente a la compra de productos nuevos.
[1] Greenpeace saca los trapos sucios de Shein.
[2] Fundación Changing Markets. Dirty Fashion.