Por Álvaro Turriago Hoyos

Un oxímoron, como lo define el diccionario, es una figura retórica que consiste en unir dos palabras o ideas en una misma estructura sintáctica, que, en apariencia, se contradicen o son opuestas, para crear un nuevo sentido con un efecto expresivo, paradójico.
Este es el caso de la expresión “destrucción creadora”, un claro oxímoron. Esta expresión fue formulada por el economista Joseph Schumpeter y es, de lejos, uno de los conceptos más importantes para comprender la dinámica del sistema económico capitalista. Esta idea postula que el cambio social, el progreso económico y la innovación no son procesos estables, sino más bien son producto del colapso de estructuras antiguas que dan paso a nuevas formas de producción, organización y consumo. En palabras del mismo Schumpeter, el capitalismo es “un proceso de destrucción creadora”, donde lo viejo muere para que lo nuevo pueda nacer.
A primera vista, destruir y crear parecen acciones opuestas. Una implica pérdida, la otra, nacimiento. Pero en el terreno de la tecnología, los negocios y la economía, destrucción y creación son actividades más conectadas de lo que inicialmente se puede pensar. Cada vez que una innovación triunfa, algo viejo queda atrás: desaparecen oficios, cambian nuestras rutinas, se transforman industrias enteras. Esta paradoja, conocida como “destrucción creadora”, explica por qué muchas veces el progreso requiere dejar lo tradicional, lo que nos era familiar, y dar un paso al frente buscando el cambio y la asimilación de la novedad.
En este artículo abordamos qué significa este concepto, cómo afecta nuestras vidas y por qué entenderlo es clave para navegar en un mundo en constante cambio. La destrucción creadora se refiere al proceso mediante el cual nuevas invenciones, tecnologías o modelos de negocio reemplazan a los antiguos. Es una dinámica que implica tanto el fin de empresas y prácticas obsoletas como la adaptación al surgimiento de nuevas oportunidades.
Evidentemente, estos enunciados en el papel son en principio bastante fáciles de entender, pero las cosas en la vida real asumen un cariz más difícil de sobrellevar. La destrucción creadora es un proceso profundamente ambivalente: por un lado, conduce al progreso tecnológico, mejora la productividad y eleva el nivel de vida; pero, de otra parte, implica rupturas sociales, marginación temporal de trabajadores desplazados y la desaparición de industrias enteras. Por ello, comprender la destrucción creadora no sólo es útil para analizar la economía, sino también para evaluar sus implicaciones sociales y políticas.
En el mundo de los negocios, hablar de destrucción suena, en principio, a fracaso. Pero la destrucción no solo es inevitable: es necesaria. Innovar, implica demoler lo que ya existe. Procesos, modelos, industrias enteras pueden desaparecer para que surjan otros más eficientes, más adaptados al presente.
Uno de los ejemplos más claros de destrucción creadora fue la desaparición del modelo de negocio de fotografía analógica, desplazado por la fotografía digital. Nuevos actores emergieron en el mercado de cámaras digitales, y más tarde, conocidas empresas de teléfonos celulares integraron cámaras de alta calidad en estos teléfonos. Esta transición destruyó miles de empleos, cambió cadenas de suministros globales y reconfiguró completamente la manera en que las personas almacenan y comparten recuerdos. Sin embargo, también se generaron nuevas industrias relacionadas con la edición digital, el almacenamiento en la nube, y la difusión de las redes sociales.
En la actualidad, uno de los campos donde la destrucción creadora se manifiesta de forma más clara —y con implicaciones aún no del todo entendidas y visualizadas— es en la inteligencia artificial (IA). Tecnologías como el aprendizaje automático, los modelos de lenguaje y la automatización están cambiando radicalmente sectores enteros: desde el transporte (vehículos autónomos) hasta el periodismo (redacción automatizada), pasando por la atención al cliente o incluso el diseño arquitectónico.
Si bien estas innovaciones prometen una mayor eficiencia y reducciones de costos, también amenazan con desplazar a millones de trabajadores cuyas habilidades se vuelven obsoletas frente a la automatización. Al mismo tiempo, surgen nuevos tipos de empleos: programadores de IA, curadores de datos, diseñadores de interacción hombre-máquina, entre otros. La clave está en gestionar adecuadamente esta transición para mitigar el sufrimiento social que suele acompañar estas transformaciones.
Nos podemos formular la pregunta respecto de ¿qué se puede hacer tanto desde la administración pública como desde las empresas para encarar la innegable realidad de la destrucción creadora?
Desde lo público, en primer lugar, se deben gestar políticas en el frente laboral como la formación y la reconversión laboral, con programas de capacitación técnica para trabajadores desplazados por la automatización o el cierre de industrias. Subsidios o becas para estudios en sectores emergentes: energías limpias, salud digital. Alianzas público-privadas con empresas que puedan absorber mano de obra reciclada. En segundo lugar, con políticas de fomento a la innovación inclusiva, tales como el financiamiento y el estímulo fiscal a startups y sectores en crecimiento. Con incentivos para que las empresas inviertan en I+D con impacto social. Apoyando de igual forma la digitalización de pequeñas y medianas empresas (PYMES) para que no queden rezagadas. En tercer lugar, el manejo desde lo regional no puede faltar, apoyando zonas afectadas por declive industrial con infraestructura, inversión y planificación urbana; creando igualmente, zonas de transición con beneficios fiscales o planes especiales (por ejemplo, tras el cierre de minas o centrales a carbón).
Ahora bien, desde el frente empresarial podemos señalar que se debe mantener el vigor en procesos de transformación organizacional continua. Por ejemplo, adoptando culturas de cambio y aprendizaje dentro de las empresas, invirtiendo en capacitaciones y reubicaciones de los empleados existentes para evitar despidos masivos, creando unidades internas de innovación que se anticipen a la aparición de las disrupciones. En la diversificación estratégica, se encuentra otro curso de acción, que puede consistir consiste en no depender de un único producto o modelo de negocio, explorando nuevas líneas antes de que las anteriores queden obsoletas. Asumiendo una sincera política de responsabilidad social y transición justa, comunicando con transparencia los cambios estructurales a empleados y comunidades, desarrollando planes de salida ética cuando se cierran plantas o se automatizan áreas, mediante el establecimiento de programas de recolocación y movilidad interna. No escapan a todas estas medidas, permanentes ejercicios de vigilancia tecnológica y análisis prospectivo, monitoreando tendencias disruptivas (IA, sostenibilidad, nuevas regulaciones), participando en ecosistemas de innovación: incubadoras, redes de investigación, universidades. Finalmente, colaborando con el gobierno y la sociedad civil, involucrándose en el diseño de políticas públicas activas y compartiendo datos e investigaciones sobre el impacto del cambio tecnológico.
A manera de conclusión, la destrucción creadora es un concepto central para entender el dinamismo de la actividad económica y de su capacidad de reinventarse constantemente. La destrucción creadora no puede detenerse, pero sí puede gestionarse inteligentemente. El reto no es evitar la innovación, sino garantizar que sus beneficios sean amplios y sus costos no recaigan siempre sobre los mismos. Esto requiere coordinación entre políticas públicas visionarias y estrategias empresariales responsables, así como una ciudadanía informada que comprenda el carácter disruptivo del progreso tecnológico.
Desde la caída de industrias centenarias hasta el surgimiento de nuevas plataformas digitales, el proceso implica tanto destrucción como creación. Si bien es una fuente de progreso, también puede causar dolor social cuando no es gestionado adecuadamente. Por ello, más que resistir el cambio, la sociedad debe prepararse para acompañarlo, facilitando la adaptación de individuos, empresas e instituciones. En un mundo cada vez más tecnológico y veloz, comprender la lógica de la destrucción creadora no es sólo un ejercicio académico, sino una necesidad estratégica.