Por coronel ( r) Carlos Alfonso Velásquez

Sobre la libertad han hablado filósofos, antropólogos, psicólogos, sociólogos, poetas, políticos… entre otros. Es que la libertad es un tema inagotable porque habiendo recibido de lo alto el don de la libertad, todos los seres humanos, consciente o inconscientemente, anhelamos ejercitarlo para ser felices.
Y para ser felices es esencial descubrir que toda persona, por ser relacional o social por naturaleza, tiene vocación al amor en el sentido amplio del término. Es decir, todos estamos hechos para darnos a los demás y así alcanzar diferentes cotas de felicidad proporcionales al amor que libremente demos y acojamos. Así pues, podemos colegir que para que nuestra vida sea lograda (o feliz), su sentido lo encontramos en todo aquello que nos ayude a llegar al último fin que no es otro sino el Amor (con mayúscula), es decir Dios.
Sin embargo, algo comprobado a través del tiempo es que todos podemos equivocarnos en el camino para ser realmente libres y, por ende, felices. Pero también está comprobado que las equivocaciones se pueden corregir al entender que lo contrario al amor, o sea todo lo relacionado con el odio y el egocentrismo es fuente de infelicidad y conduce a una vida total o relativamente frustrada. En este sentido la vida es un constante ensayo y error en la búsqueda de la felicidad.
Ahora bien, la libertad como tema fundamental para la vida humana ha sido interpretada de tres maneras complementarias entre sí. La primera es la de la libertad como la capacidad de elegir entre cosas de poca o mucha importancia: entre tipos de alimentos a consumir o entre ser honesto administrando los recursos públicos o robarlos, donde elegir robar es una perversión de la libertad pues puedo terminar en la cárcel. Así pues, la libertad de elegir es real si está ligada al bien.
Pero para que la libertad de elegir sea más completa debe tener una orientación, un “para qué”. Vivir simplemente yendo por la vida eligiendo entre muchas cosas, cambiando continuamente, es un ejercicio insuficiente de la libertad. En cambio, cuando elijo en coherencia con el sentido que le quiero dar a mi vida, ejercito de forma más completa mi libertad. Hay quienes ven las obligaciones o deberes como asuntos opuestos a la libertad, pero en esto falta una concepción más densa de la libertad. De esta manera surge entonces la segunda interpretación de la libertad que complementa la de elegir: la “libertad para”. Al salir de la cárcel un ex convicto seguramente pensará que ¡por fin! ha recuperado su capacidad de elegir, pero si no ha concretado un “para qué” coherente con su fin en la vida, es un hombre con una libertad pobre.
Es que para arribar a la libertad auténtica hay que sumarle a la “libertad de elegir” y a la “libertad para”, una tercera interpretación proveniente del filósofo Walter Benjamin: la “libertad from” (o de uno mismo). Esta se relaciona con los obstáculos interiores que se oponen a mi libertad atravesándose como vaca muerta en el camino para llegar a mi fin último. Y de estos cabe destacar la ambición de poder, la vanidad, el consumismo, la sensualidad, los vicios y adicciones como el alcoholismo o la drogadicción etc. Son cadenas que me atan o frenan en el camino hacia mi último fin, contra las que hay que luchar toda la vida. Por esta razón es preferible privilegiar el autodominio sobre la autonomía en la formación personal.
Dicho lo anterior, la principal dependencia a la que todos estamos expuestos es el egocentrismo en distintas formas. Y a este respecto conviene traer a colación los cuatro tipos de egocentrismo planteados por un psicólogo cuyo nombre se me escapa. 1º Nerón: busca imponer su voluntad a toda costa. Quizás oye, pero no escucha. 2º Estrella: piensa que es el centro del mundo y vive esclavo de los aplausos y alabanzas. 3º Cenicienta: es la única persona en el mundo que sufre, nadie la quiere ni comprende. Se queda en su drama sin darse cuenta que hay muchas personas que sufren mucho más. 4º Tortuga: se encierra en su cómodo caparazón olvidándose del mundo.
Ser auténticamente libres no es fácil, pero tampoco imposible.