Por Eduardo Frontado Sánchez
En nuestra sociedad moderna, cada acción que realizamos tiene un impacto significativo. Es fundamental comprender la importancia de estas acciones y asumir las consecuencias que puedan derivarse de ellas, especialmente cuando se trata de un tema tan relevante como la inclusión.
En un recorrido reciente por diferentes centros comerciales alrededor del mundo, he observado que, a pesar de las particularidades de cada lugar, existe una realidad común: la verdadera inclusión no se logra solo con infraestructura, sino también con un proceso de educación y sensibilización profunda en nuestra sociedad.
Salir de casa puede ser un desafío significativo para las personas con capacidades distintas. Aunque muchos centros comerciales cumplen con ciertos estándares de accesibilidad, como rampas y estacionamientos reservados, la experiencia integral muchas veces queda incompleta. Esto ocurre porque, como sociedad, solemos confundir la inclusión con la simple adaptación de los espacios, olvidando que nuestras actitudes y acciones también pueden ser discriminatorias.
Aunque en términos de accesibilidad muchas instalaciones son funcionales, hay áreas que necesitan mejoras urgentes. Por ejemplo, el diseño interno de los baños y otras áreas comunes no siempre cumple con los requerimientos necesarios, y la pendiente de las rampas o el acceso a los diferentes niveles del edificio mediante ascensores son factores que deben considerarse cuidadosamente.
Sin embargo, la inclusión no se limita al cumplimiento de leyes o normas. Es un llamado a la humanización de nuestra sociedad. Para avanzar en este aspecto, necesitamos un cambio de mentalidad que vaya más allá de lo técnico. Es crucial comprender las necesidades y los desafíos cotidianos de las personas con capacidades distintas y de sus cuidadores. Muchas veces, estos cuidadores, en su mayoría mujeres, enfrentan dificultades adicionales al maniobrar sillas de ruedas o al asistir en los desplazamientos de sus seres queridos.
Pequeñas acciones también pueden marcar una gran diferencia. Por ejemplo, no ocupar un estacionamiento reservado para personas con capacidades distintas es una forma simple pero poderosa de demostrar empatía y respeto.
Ser empáticos no debería ser una opción, sino una obligación moral. La inclusión no debe ser vista como una cuota que cumplir, sino como un esfuerzo genuino por construir una sociedad más justa y humana.
Recordemos siempre que “lo humano nos identifica y lo distinto nos une”. Es a través de nuestras acciones diarias como seremos reconocidos, y en ese reconocimiento construiremos un mundo mejor para todos.