Por María Angélica Aparicio P.
El clima cálido y seco del antiguo Egipto impuso una moda muy peculiar: el uso de telas livianas de color blanco. Faraones, reinas, hombres de la nobleza y demás clases sociales, tuvieron que decidirse por la comodidad y lucir túnicas -largas o cortas- como parte de una indumentaria adecuada para la temperatura. En este país de calores frecuentes, era impensable llevar sobrefaldas, corsé, pantalones, casaca, o camisa de manga larga.

Egipto llevó la iniciativa de la moda durante la edad antigua. Cuando los griegos y los romanos vinieron a esta parte del mundo -al norte de África- se sorprendieron con el vestuario. Encontraron cuerpos bien formados y vigorosos, envueltos en telas de lino; cuellos adornados con alhajas en turquesa, cornalina y lapislázuli; sandalias de cuero o junco para los pies, y una clase de shenti –túnica corta- que daba hombría a los varones.
Las mujeres egipcias, de clase alta, se distinguían por sus túnicas ceñidas al cuerpo. En ocasiones, la parte inferior de la tela se decoraba con dibujos de fuertes colores, como una especie de cenefa decorativa, que hacía contraste con el blanco de la túnica. Los ojos de los varones –griegos o romanos- se fijaban en esta franja, o borde, que muchas veces representaba a ciertos animales de la naturaleza. La túnica se conocía con el nombre de Kalasiris. Se sujetaba al cuerpo con dos tirantes.
El material usado para elaborar las túnicas egipcias fue el lino. Era una fibra resistente, durable, de trato suave con la piel. Daba elegancia, pureza y sofisticación al cuerpo. El egipcio descubrió la utilidad del lino para confeccionar ropa. Primero había que buscar la planta en el río Nilo, especialmente en sus orillas; luego extraer los hilos y fabricar las telas. Las mujeres se ponían la pieza elaborada, finamente acabada, experimentando frescura durante los días y las noches.
Los vestidos que usaba la Emperatriz Cleopatra -hija del Rey Ptolomeo- sirvieron para apreciar la delgadez y la belleza de esta mujer. Los emperadores romanos, Julio César y Marco Antonio, quedaron atónitos al verla delicada y resplandeciente, cubierta con túnicas de lino, que envolvían maravillosamente su cuerpo. Después, los ojos de los emperadores se posaron en las joyas que portaba Cleopatra y en el excesivo maquillaje que decoraba su rostro.



Los egipcios brindaron pleitesía a las joyas, piezas que hacían contraste con el delicioso blanco del lino. Usarlas era casi un ritual, un acto imprescindible. Los artesanos fabricaron estas joyas en oro, cobre y plata -mineral traído de Asia-. Las mujeres que no eran nobles, compraban alhajas de hueso, piedra o loza, adornando su caras, brazos y pies. Salir de casa sin ponerse brazaletes, collares, diademas o tobilleras, era un terrible sacrilegio.



Los faraones adoptaron la línea de las mujeres; amaron las joyas y se engalanaron con estas como señal de riqueza y buen gusto. Le sumaron su atracción por los sombreros, aprovechando además su uso necesario, por los bochornosos calores que se registraban en el país. Un faraón cubierto con túnica, adornado con joyas y sombrero, hacía palidecer al resto de Egipto.



La bella Cleopatra, en ocasiones, portaba un sombrero, fabricado con cera de abejas, llamado Cono. Cubría la cabeza y los cabellos, dejando al descubierto la frente y la cara. El Cono se pintaba generalmente de azul y se decoraba con dos cintas: una de colores y otra dorada.
Como el Cono carecía de peso, podía portarse, con toda comodidad, durante largas horas del día. Con el Kalasiris y el Cono ajustado a la medida, las mujeres como Cleopatra se tornaban provocativas para los extranjeros importantes que llegaban. Romanos, macedonios y griegos quedaban estupefactos al ver a estas damas, añorando que sus mujeres imitaran la moda de los egipcios.
El padre de Cleopatra, el Rey Ptolomeo, usaba el Neme, un sombrero fabricado con tela, muy propio de aquellos tiempos. El Neme tapaba la cabeza y la frente. En la tela se mezclaban hilos amarillos y azules, o dorados y negros. Se sujetaba con una diadema de la cual pendía un águila o una cobra, -según fuera su animal preferido- hecha en metal por los artesanos.
Faraones y reinas tuvieron la maña de usar cosméticos para embellecer su piel. Emplearon polvos blancos para la cara y polvos rojos cuando querían oscurecerse las mejillas. Los ojos y las cejas llevaban un tinte extremadamente negro; daba la impresión de trabajarse con una excesiva mano de obra.
Dentro del maquillaje era vital pintarse las uñas -hombres y mujeres por igual-. De modo que usaban un tinte rojo extraído de un arbusto, para decorar las uñas. Por último, humedecen sus brazos y manos con aceites perfumados para su cuidado personal. Oler bien era casi una manía de la realeza, los ricos y los sacerdotes.



Así como las pirámides, el valle del río Nilo, los palacios y las embarcaciones deslumbraron al visitante que venía de Europa o Asia, la moda de los egipcios también cautivó a los políticos y militares que estuvieron en Egipto. En esta tierra de paisajes alucinantes, nunca se apreció una indumentaria cavernícola.