Por Eduardo Frontado Sánchez
En los últimos años, ha surgido una discusión sobre la posibilidad de sustituir el término “Navidad” por expresiones como fiesta de la paz. Si bien el lenguaje tiene un poder simbólico indiscutible, también existen momentos en los que, como seres humanos, debemos trascender los términos y enfocarnos en el significado profundo de cada época del año, especialmente en lo que representa para nuestras vidas y nuestro espíritu.
Para algunos, la Navidad se ha reducido a una temporada de intercambio de regalos y deseos materiales. Y aunque los bienes materiales pueden ser necesarios, no enriquecen el espíritu ni el alma. Lo que realmente nos hace trascendentes como seres humanos es la huella que dejamos en los demás, nuestra capacidad de conectar y cómo enfrentamos los distintos escenarios de la vida.
Desde que era niño, he amado la Navidad por lo que simboliza más allá de lo tangible. Para mí, la Navidad es un tiempo de introspección, una oportunidad para reflexionar sobre nuestro comportamiento y el camino que elegimos seguir frente a los retos cotidianos. Es un momento para estar con nuestros afectos, ese “puerto seguro” donde nos sentimos acompañados en nuestros aciertos y errores. Porque sí, todos cometemos errores, pero lo realmente valioso es aprender a pedir perdón y seguir caminando con humildad y esperanza.
El año 2024 ha sido, sin duda, un tiempo de desafíos desde todas las perspectivas. Nos ha mostrado un rostro particular de lo que llamamos humanidad, recordándonos que la clave para construir una sociedad más solidaria y armoniosa está precisamente en redescubrir lo humano: convivir en lugar de competir.
Quisiera, a través de estas palabras, invitar a cada lector a comprender la importancia y la profundidad de esta época del año. La Navidad es un tiempo de transformación, un momento en el que nuestras acciones, grandes o pequeñas, nos permiten ser cada vez más humanos. Es fundamental agradecer cada paso que dimos, cada error y cada acierto de este 2024, porque todo lo vivido puede —y debe— convertirse en oportunidades de crecimiento. Al mismo tiempo, no debemos olvidar cuidar de nosotros mismos y de las personas que amamos.
Nuestras acciones son, en esencia, una forma de agradecimiento: por la vida, por la posibilidad de equivocarnos, aprender y rectificar. La Navidad, además de ser un tiempo de paz y recogimiento, también nos ofrece la coartada perfecta para soñar, trazar nuevas metas y renovar nuestros objetivos sin perder nuestra esencia. Al final, de eso se trata la vida: de caminar y aprender de cada paso.
Desde el fondo de mi corazón, deseo que el espíritu de la Navidad nos permita, en este próximo 2025, cumplir todos nuestros sueños y metas. Pero más importante aún, que no olvidemos quiénes somos, de qué estamos hechos y cuál es la verdadera trascendencia de nuestro paso por esta dimensión, por este tiempo y espacio que compartimos.
Rodearnos de nuestros afectos fortalece lo más profundo de nuestro ser: nuestra alma. No lo olvidemos. Porque lo humano nos identifica y, al final, lo distinto es lo que nos une.