Letras en la lluvia…(I)

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Mauricio Salgado Castilla @salgadomg

Traté de mirar hacia atrás, pero fue imposible. No sabía si era por la polvareda que levantaban las ruedas del bus o por las lágrimas que, por años, no habían caído y ahora parecían lluvia sin control. Arrugó sus ojos tratando de enfocar y, por un momento, le pareció distinguir la figura de su mamá moviendo la mano, como si supiera que nunca se volverían a ver.

Los golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos mientras entraba su asistente, Ana. Era una mujer esbelta, solo unos pocos años menor que ella, y cada vez que se dirigía a ella lo hacía con respeto y admiración. Estas emociones también las compartían los 18 subalternos que tenía a cargo. En los pasillos de la empresa, uno de los temas favoritos era el misterio que la envolvía. Era la gerente más joven, la más admirada, y sus comentarios eran apreciados por la presidencia de la empresa. Entonces, ¿por qué nadie sabía de su pasado? ¿de dónde era? ¿por qué trabajaba incansablemente cuando podía relajarse como los otros gerentes?

Mientras su carro con chofer atravesaba la ciudad hacia el aeropuerto en busca del informe a presentar, sacó el sobre ajado que la acompañaba a todas partes desde esa mañana en que su mamá la llevó al pueblo.

A la salida de los buses, le compró un tiquete de ida a Bogotá y, dándole un beso, le entregó el sobre y una pequeña maleta que una vecina le había dado. Mirándola, su mamá le dijo: “En la carta que llevas están las razones de tu viaje”. Ahora sabía que había sido un viaje sin retorno. En el otro papel estaba el nombre de la señora María, la persona con quien iba a vivir de ahora en adelante, y un número de teléfono muy largo para una niña que nunca había hecho una llamada, por si acaso no estaba en la terminal de transportes de Bogotá.

Todo había empezado a las tres de la mañana. Un chocolate humeante y un envuelto de maíz con huevos revueltos, que ese día tenían un sabor diferente, le habían dado la energía necesaria para emprender la larga caminata por un camino sinuoso que serpenteaba entre las montañas. Tuvieron que pasar dos riachuelos que, en esa ocasión, estaban casi secos. Luego, no fue necesario cruzar los endebles puentes que utilizaban cuando las quebradas llevaban toda el agua revuelta de las montañas. Llevaban varios meses sin lluvia y ya había varias plantas secas que, al pisarlas, se resquebraja, dejando una colección de pedazos como único vestigio de la presencia de humanos.

A Patricia le encantaba ir al pueblo. Era pequeño, pero para ella era un mundo mágico. El olor a pan recién horneado, los vestidos de colores en las dos vitrinas, el mercado donde la variedad de frutas, legumbres, papas, maíz, frijoles, arroz y tomates muy rojos parecía inmensa, sobre todo, la paleta de palito que sacaban de una vieja nevera blanca marca Coldspot. Era todo un privilegio para los escasos recursos de su mamá, y compensaba con creces las horas de caminata.

Patricia, a sus 12 años, nunca había ido más allá del pueblo. La pequeña casa donde vivía con su mamá y sus otros 5 hermanos era todo su mundo. ¿Por qué ahora ella tenía que viajar? ¿Qué había hecho para que la sacaran de su casa? No importaba el vestido nuevo que le acababa de comprar su mamá ni todo lo que sus hermanos mayores le habían dicho sobre lo afortunada que era al ir a vivir a Bogotá. Ella solo quería volver a su casa. ¿Por qué la habían abandonado?

Recordaba la sonrisa al despedirse de su hermana el día que se fue con unos hombres que no le gustaron. Ella solo tenía tres años, pero lo sentía como si hubiera sido el día anterior. Su hermana acababa de cumplir trece años y no se volvió a saber de ella. Casi ni pronunciaban su nombre, pero para Patricia era su ídolo. Jugaban juntas, su hermana la consentía cuando se lastimaba, no se separaron cuando le dio algo que llamaron sarampión, y las apartaron a un cobertizo para que los otros no se enferman. Su mamá siempre estaba trabajando y no tenía mucho tiempo para ella, pero su hermana era su mundo emocional, con quien jugar y a quien abrazar.

Trató de leer la carta escrita en una hoja de cuaderno arrancada apresuradamente, pero las palabras no le dieron las razones que buscaba. Solo quería saber cuándo iba a volver, especialmente cuando su mamá no le dijo nada porque las lágrimas no la dejaron hacerlo. Ni siquiera cuando su papá murió o cuando otro de sus hermanos también.

Por Mauricio Salgado Castilla @salgadomg

Continunará…

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