La investigación publicada en Lancet Psychiatry, con la participación de la Universidad del Rosario, revela que las personas con enfermedad mental viven entre 13 y 20 años menos, principalmente por enfermedades físicas prevenibles como problemas cardiovasculares, metabólicos y respiratorios.
La investigación identifica intervenciones de bajo costo, como actividad física, alimentación saludable, abandono del tabaco y mejor sueño, y propone apoyarse en familias y redes comunitarias para superar las barreras sociales y económicas que dificultan el cuidado integral en países de bajos recursos como Colombia.
Bogotá, septiembre 24 de 2025. Las personas con enfermedad mental grave mueren entre 13 y 20 años antes que el resto de la población.
No es el diagnóstico psiquiátrico en sí lo que acorta su vida, sino problemas físicos prevenibles: tabaquismo, sedentarismo, mala alimentación, alteraciones del sueño y efectos metabólicos de los medicamentos.

Así lo demuestra una investigación internacional publicada en Lancet Psychiatry, en la que participó Miguel Gutiérrez, profesor del Programa de Psicología de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad del Rosario.
“El 70 % de las muertes de personas con enfermedad mental grave se producen por afectaciones físicas”, explica Gutiérrez. “Queríamos encontrar prácticas que prevengan esa pérdida de años de vida, pero que sean viables para países de bajos recursos”.
Una mirada desde el Sur Global
El estudio revisó 89 investigaciones y 18 metaanálisis, con participación de expertos de Australia, Uganda, Indonesia, Brasil, Bangladesh, India, Colombia, Egipto, Nigeria, Ruanda, Ucrania y Turquía. La meta era identificar intervenciones adaptables a contextos con limitaciones económicas, donde las soluciones de países ricos, los cuales exigen reformas arquitectónicas o grandes contrataciones, resultan inalcanzables, como por ejemplo para Colombia y otras naciones de Latinoamérica.
“Nos interesaba que las recomendaciones no quedaran en un saludo a la bandera”, enfatiza el investigador. Por eso el informe se centra en cuatro ejes de intervención de bajo costo: actividad física, nutrición, cesación del tabaquismo y mejoramiento del sueño. Incluye ejemplos de programas comunitarios, estudios de caso y pautas para que cada país implemente acciones según sus propias realidades.
Colombia: los mismos riesgos, más barreras
En Colombia, los factores que más reducen la expectativa de vida son el tabaquismo, la falta de ejercicio, los efectos metabólicos de los psicofármacos -que a menudo se detectan tarde- y los trastornos de sueño. Pero la dificultad no se limita a la medicina.
“Aunque tengamos diagnósticos y estrategias claras, hay inequidades sociales y económicas, problemas en el hogar y en la educación que impiden adoptar hábitos saludables”, señala Gutiérrez. “Por eso la salud mental no puede depender únicamente del Ministerio de Salud: requiere dinámicas sociales y comunitarias”.
El especialista destaca que en el país los diagnósticos más frecuentes son ansiedad, depresión y esquizofrenia, junto con el trastorno afectivo bipolar. La ansiedad y la depresión, muy extendidas tras la pandemia, también impactan la esperanza de vida al fomentar conductas de riesgo como fumar, consumir sustancias, evitar la actividad física y descuidar la alimentación. “Vivimos hiperestimulados por las redes sociales y las pantallas, lo que empeora la calidad del descanso”, añade.
La familia como primer eslabón
El informe insiste en incluir a los familiares desde el momento del diagnóstico. “El acompañamiento debe contemplar monitoreo de la salud física antes de iniciar los medicamentos y seguimiento a lo largo del proceso”, explica Gutiérrez. Las recomendaciones de alimentación equilibrada, ejercicio y buen dormir benefician a todos en casa, no solo al paciente.
Hay ejemplos de talleres de cocina en familia, bailes y prácticas culturales que fortalecen los lazos comunitarios y resultan sostenibles en el tiempo. Sin embargo, muchas familias quedan solas en el cuidado. “Una madre que trabaja todo el día y sostiene a su hogar enfrenta una barrera estructural: pobreza, educación, vivienda. Eso limita la adopción de hábitos saludables”, advierte.
Redes comunitarias: la estrategia más efectiva
Para países de bajos recursos, la investigación propone aprovechar al máximo los recursos locales: líderes comunitarios o religiosos, espacios públicos, formación de pares y redes de familiares. “No siempre podemos contar con profesionales especializados en todas partes, pero sí se pueden entrenar redes de apoyo”, afirma Gutiérrez.
Invertir en programas comunitarios para promover actividad física, nutrición o dejar de fumar es, según el estudio, mucho menos costoso que atender enfermedades crónicas avanzadas que terminan desangrando los sistemas de salud. En Colombia, la reciente Ley de Salud Mental respalda este enfoque comunitario.
“Cuidar la salud física de las personas con trastornos mentales no es un complemento, es una necesidad urgente. Solo así podremos cerrar la brecha de años de vida perdidos y mejorar de verdad su calidad de vida”, concluyó el profesor del Programa de Psicología de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad del Rosario.