En América Latina no hay mandatarias desde noviembre último, cuando Jeanine Añez dejó la presidencia interina de Bolivia, mientras que la última jefa de Estado electa fue Michelle Bachelet, cuyo segundo mandato terminó en marzo de 2018. Este año, Keiko Fujimori estuvo cerca de ser la primera presidenta de Perú, pero perdió en una segunda vuelta muy disputada frente a Pedro Castillo, mientras que en Chile –donde habrá elecciones en noviembre-, los dos ganadores de las primarias de la izquierda y la derecha fueron hombres.
La de hoy es una foto muy distinta a la de 2014, año en el que estuvieron en el poder Bachelet en Chile, Cristina Kirchner en la Argentina, Laura Chinchilla en Costa Rica y Dilma Rousseff en Brasil. Una imagen que “tuvo un alto impacto simbólico en la región y sirvió para quebrar roles de género masculinizados en materia de poder”, según un documento de ONU Mujeres de febrero último, pero que –por ahora- no hay miras de que se repita. Y esta no es una situación solo latinoamericana.
Según el informe “Mujeres en la política” de la Unión Interparlamentaria y ONU Mujeres de enero último, solo 22 mujeres ocupan la función de jefa de Estado o de Gobierno en todo el mundo, lo que representa un promedio del 6% de esos cargos. Mientras tanto, 119 países nunca tuvieron liderazgos femeninos. “Al ritmo actual, la igualdad de género en las más altas esferas de decisión no se logrará por otros 130 años”, proyecta el informe.
Al analizar el “pico” de mandatarias en la región, Lopreite encuentra puntos en común que pueden valer como explicaciones de aquel fenómeno. En primer lugar, la llamada “marea rosa”, la oleada de gobiernos de izquierda en América Latina, espacio que representaron las cuatro presidentas. Además, resalta la académica, las cuatro “fueron elegidas por un varón anterior que era de su mismo partido, que de alguna manera las habilitaba para el cargo”, como fue el caso de Néstor y Cristina Kirchner, Lula Da Silva y Rousseff y Ricardo Lagos y Bachelet. “Y también se dio momentos en donde ha habido mayor expansión económica en estos países”, agrega, contemplando que, ante la actual crisis económica y sanitaria, “puede haber sensaciones en la opinión pública de que se necesita una conducta más férrea y esto puede estar asociado a roles más masculinos”.
Una foto de vicepresidentes de la región sí tendría presencias femeninas, y en muchos casos, de figuras de peso dentro de sus gobiernos, como Cristina Kirchner (Argentina) y Rosario Murillo (Nicaragua), e incluso con mujeres que además están al frente de ministerios, como Delcy Rodríguez (Venezuela), Marta Lucía Ramírez (Colombia), y Dina Boluarte (Perú). Completarían la imagen Beatriz Argimón (Uruguay) y Epsy Campbell Barr (Costa Rica).
Frente a estas fórmulas presidenciales mixtas encabezadas por hombres, Fernanda Vanegas, especialista de derechos de las mujeres y consultora para organismos internacionales, hace una doble lectura: por un lado, “muestra que se está empujando la presencia de mujeres, que ya llegaron al espacio y que pueden llegar a número uno”; y, por el otro, “demuestra lo de siempre: el jefe es un hombre y luego viene una mujer, la misma estructura que se repite en los hogares, en el sector privado y en las más altas esferas del Estado”.
Ministerios: cuántos y cuáles
Las imágenes oficiales del nuevo gobierno de Perú también despertaron críticas por la falta de representación femenina, entre otros planteos. Con solo dos ministras entre las 19 carteras, Pedro Castillo tiene hoy el gabinete con menos mujeres de toda la región (11%).
Según datos del Proyecto Atenea, la participación de la mujer en los gabinetes en América Latina pasó del 9% en 1990 al 30% en 2019, un número que sigue siendo bajo, pero más alto que el promedio global (21%). Un informe de ONU Mujeres sugiere que es necesario establecer “medidas paritarias” también para el Poder Ejecutivo, dado que, en el actual escenario, las designaciones “dependen de una voluntad política que puede ser fluctuante”.
En América del Sur, los países con mayor tasa de mujeres en el gabinete son Colombia (35%) y Ecuador (33%), mientras que, además de Perú, Brasil (13%), Uruguay (14%) y la Argentina (15%) están últimos en el ranking. La región central del continente exhibe números más altos, con países donde las mujeres ocupan la mayoría de los ministerios (56% en Costa Rica y 53% en Nicaragua), mientras que México también supera el promedio sudamericano (42%).
Más allá de los números, otra materia de estudio es cuáles son los ministerios que se le asignan a las mujeres. Mientras a nivel global hay una clara tendencia a designar ministras al frente de carteras vinculadas a lo social, lo ambiental, y lo cultural, además de las dedicadas a las mujeres, en la región los ministerios están más repartidos. “Creo que, si bien hay carteras que tradicionalmente se han percibido como más masculinas, como Cancillería, Defensa o Economía, han ido cambiando las líneas”, menciona Vanegas. Mientras que Lopreite remarca que todavía hay barreras para romper: “En la Argentina, por ejemplo, nunca hubo una jefa de Gabinete”.
Parlamentos
En los Congresos, la situación es más pareja dentro de la región y en comparación con el panorama global, impulsada por normativas que promueven la participación de la mujer. Según la Unión Interparlamentaria, hay en promedio 25% de mujeres ocupando ambas cámaras en el mundo. El continente americano en su totalidad es el que tiene el porcentaje más alto (32,3%), con Cuba, México, Nicaragua, Bolivia y Costa Rica con la mayor participación femenina, superior al 45%.
La Argentina –que hoy ocupa el 18° puesto a nivel global- fue pionera en la región, con la aprobación de la primera legislación de cuotas en 1991, en un camino que hoy ya cuenta con diez países con leyes de paridad, y siete con cuotas de entre el 20 y el 40%. Otro hito ocurrió este año, con la Asamblea Constituyente de Chile, paritaria en candidaturas y en composición.
“La paridad ha sido en la mayoría de los casos la política más exitosa para incrementar el número de mujeres electas en instancias colegiadas”, apunta un documento ONU Mujeres. Sin embargo, todavía quedan brechas en las normativas, como el lugar de las listas que deben ocupar las mujeres o los reemplazos en caso de renuncia, algo que lleva a que muchas dirigentes sean amenazadas para dimitir y ser suplidas por hombres.
Sin garantías
Según ONU Mujeres, “existen pruebas firmes y cada vez más numerosas de que la presencia de mujeres líderes en los procesos de toma de decisiones políticas mejora dichos procesos”. “Las mujeres demuestran liderazgo político al trabajar por encima de las divisiones partidarias en grupos parlamentarios de mujeres y al defender asuntos de igualdad de género”, enumera.
De todas maneras, un liderazgo femenino no necesariamente tiene un impacto positivo directo en las políticas públicas o en la participación femenina en los espacios de poder. “No es una relación de causa y efecto”, remarca Vanegas, y pone como ejemplo la gestión de Jeanine Áñez en Bolivia y la plataforma de Keiko Fujimori en Perú, ambas sin propuestas para mejorar la situación de las mujeres.
Del otro lado está el caso Bachelet, quien en su primer mandato, en 2006, nombró un gabinete paritario, y durante el segundo, impulsó la ley de cupo femenino y la despenalización del aborto por tres causales.
Lopreite compara las tres gestiones de presidentas sudamericanas de la década pasada y encuentra distintas maneras de afrontar la agenda: “Había un compromiso feminista con Bachelet; un compromiso truncado en el caso de Dilma [porque no pudo avanzar con la despenalización del aborto] y en el caso de Cristina, yo creo que no tenía una agenda feminista”.
Obstáculos
A pesar de los avances, en los hechos y en las leyes, en los últimos años, las mujeres siguen encontrándose con diversos obstáculos para comenzar o mantener una carrera política.
“Las desigualdades de género en las responsabilidades vinculadas a los trabajos domésticos y de cuidados no remunerados, y su incremento a raíz de la pandemia, sigue siendo una de las principales barreras para que las mujeres puedan apuntar a tener una carrera política y también para que la puedan ejercer sus derechos políticos en igualdad de condiciones respecto a sus compañeros varones”, menciona a LA NACION María Noel Vaeza, directora regional de ONU Mujeres para las Américas y el Caribe.
Del mismo modo, las especialistas mencionan como obstáculos las dificultades para conseguir financiamiento y por último, y más relevante, la violencia política de género, desde la discriminación y las amenazas por las redes sociales hasta las agresiones e incluso la muerte, como los casos de Juana Quispe (Bolivia), Marielle Franco (Brasil) y Berta Cáceres (Honduras).
“La violencia política de género es la que se dirige a la mujer por el solo hecho de ser mujer, basada en los estereotipos, como decirles ‘andá a lavar los platos’ o cortarles el pelo a las mujeres indígenas en Bolivia – explica Laura Albaine, investigadora del Conicet-. Los hombres no reciben amenazas de violación, no son sexualizados. Esto incide sobre las trayectorias de las mujeres, que a veces terminan renunciando porque afecta a su vida personal y política”.
Vaeza añade que este tipo de violencia puede provenir “no solamente en la oposición, sino también de los espacios más cercanos a las mujeres, sus propios partidos, comunidades y familias, en los medios de comunicación y a través de las redes sociales”. Y remarca para evitarla, es necesario establecer mecanismos de identificación y sanción, además de espacios de contención para las víctimas, que en América Latina existen, pero todavía tímidamente, mientras que a nivel regional la OEA elaboró una ley modelo.
Si se vuelve a pensar en las fotos de las cumbres regionales, en un encuentro de ministros latinoamericanos sería evidente la subrepresentación femenina. Pero con una señal positiva: esa ausencia sería detectada y cuestionada. “Hoy sabemos que no se puede hacer política sin mujeres. El Estado pudo haber sido construido por hombres para hombres, pero es un requisito democrático que participen mujeres, que son la mitad de la población. Y finalmente también es un derecho, que las mujeres puedan participar en todas las decisiones que les incumbe. Hoy eso ya es un hecho”, destaca Vanegas.
Con la colaboración de Delfina Arambillet
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