Latinoamérica atraviesa por climas inesperados en materia de elecciones. El año pasado, los candidatos de la oposición fueron los grandes ganadores pese a los pronósticos que apuntaban hacia el triunfo de los candidatos oficialistas, mientras este año el panorama demuestra todo lo contrario, tanto en presidencias como alcaldías.
Quizás se deba esto al rol que están teniendo los electores con sus dirigentes y las reacciones que las figuras políticas y sus discursos generan en un pueblo cada vez más enterado —de manera directa, sin intermediarios—con lo que dicen y hacen sus líderes.
Es una nueva manera de ver el juego político en tiempos de hiperconexión. Como lo explica Anna López Ortega, Máster en Gestión de Análisis y Políticas Públicas y docente: «La creciente personalización de la política lleva a que el grado de confianza institucional o política dependa, en buena medida, de las evaluaciones concretas que la ciudadanía hace de los principales líderes políticos que representan las instituciones centrales del Estado».
La experta, quien dirige el Máster en Comunicación y Marketing Político de la Universidad Internacional de Valencia – VIU, perteneciente a Planeta Formación y Universidades, enfatiza que la confianza se vuelve determinante para un buen desempeño de las instituciones políticas en una democracia representativa.
La confianza es la clave para una relación saludable entre los políticos y el pueblo
A lo largo de la historia se puede comprobar cómo tiene más chance de llegar al poder aquellas figuras que se presentan a su pueblo como líderes natos, honrados, transparentes, inspiradores, capaces de ejecutar cambios reales. A partir de ahí viene la ardua tarea de fortalecer la confianza mediante un discurso con ética. Esto, claro, dependerá de la coherencia y transparencia del líder y su discurso.
«La principal premisa del liderazgo político democrático es que, si no se cree en los líderes, tampoco se creerá en sus mensajes», apunta Anna López Ortega. «De hecho, en las democracias, la confianza en los líderes políticos juega una función esencial ya que el vínculo entre representantes y representados se construye, fundamentalmente, sobre la confianza personal que inspiran los candidatos».
Si la confianza está bien construida, el electorado estará más dispuesto a acatar las normas, a pagar sus impuestos, respetar las leyes, en fin, a asumir los deberes que tienen como ciudadanos.
No obstante, Latinoamérica viene de un largo periodo de desencanto político, lo que no es saludable para ninguna nación. Un alto nivel de confianza en los líderes democráticos y las instituciones políticas son sinónimos de buena democracia o de calidad democrática, y contados son los casos donde se pueda afirmar algo así en el continente.
Por qué las personas no creen ni confían en los políticos
Al indagar el porqué de ese distanciamiento entre los ciudadanos y sus entes gubernamentales y líderes políticos, Anna López Ortega señala que hay varios detonantes de esta desafección política: la falta de resultados; la frustración y/o cambio de expectativas sociales; el mal funcionamiento regulador de los conflictos de intereses, la falta de transparencia en la gestión de actores e instituciones; su ineficiencia e ineficacia; o la corrupción de la clase política, entre otros.
«Ha habido también un incremento de los niveles de alienación política, competencia o cinismo, y la generalización de los sentimientos de falta de poder e influencia de los ciudadanos sobre las decisiones políticas», detalla la experta de VIU. «Por otro lado, también se han producido cambios bruscos en los comportamientos electorales, en forma de aumento de la volatilidad electoral, que tienden a desestabilizar los sistemas de partidos establecidos y la disminución del grado de implicación colectiva en las organizaciones de carácter político».
Tres consejos para fortalecer la ética y la confianza en el discurso político
Existen tres grandes comportamientos que podrían beneficiar este clima de desconfianza político en las naciones, aplicable también al sector económico, según indica Anna López Ortega:
Compromiso: los dirigentes de los partidos deben comprometerse con la protección de las instituciones básicas, lo que exige descartar el discurso y la lógica de la política del jurista Carl Smith de «amigo/ enemigo» y reencontrarse con el de adversario.
Madurez: necesitamos una sociedad madura, cuya participación en los asuntos públicos vaya más allá del voto, o del «me gusta» / «no me gusta», desterrando también la perniciosa distinción entre Nosotros y Ellos.
Ética: se debe potenciar la ética en la esfera económica y trabajar el valor de la «amistad cívica». También reconocer la importancia de la educación en temas de la filosofía y ética, para que sea una sociedad ilustrada, capaz de argumentar, razonar y comprometerse con estos temas.
«Una política que prescinde de la ética es, sencillamente, mala política», concluye la experta de VIU. «Si los ciudadanos desconfían de sus líderes democráticamente elegidos, estos últimos no podrán convencer con sus discursos a los primeros, lo que, a su vez, puede originar una progresiva deslegitimación política y la consiguiente ruptura entre gobernantes y gobernados».