Su vida pudo haber estado determinada por su entorno social, su color de piel o su género, pero nada de eso impidió que Serena Williams se convirtiera en la más grande tenista de la era Abierta.
Jugó en muchos terrenos a la vez, y en todos ganó con el mismo espíritu guerrero que la coronó 39 veces en torneos de Grand Slam. Este viernes terminó el que ella mismo apuntó como su último torneo sin tareas pendientes.
“Jugar contra Serena Williams era como enfrentar a una aplanadora. Nada de sutileza o finura, solo potencia cruda y ruidosa”. Así definió la exnúmero uno del mundo, la suiza Martina Hingis, los 13 partidos que disputó contra la estadounidense, que se impuso en siete de esos duelos.
La propia Hingis reconocería también que en ningún reglamento está escrito que, para ganar, el juego debe ser estético. Serena ganó todo y lo hizo sin concesiones, sin adaptarse a expectativas, incluso vestida como ella misma lo decidió, con diseños propios como la malla negra inspirada en la película Black Panther que escandalizó a los organizadores de Roland Garros en 2018.
En el honesto artículo en el que anunció su retiro en la revista Vogue, suelta sin rodeos que nunca hubiera querido tener que elegir, como finalmente lo hizo, entre el tenis y su familia: “Si yo fuera un hombre, no estaría escribiendo esto, porque estaría allá afuera jugando, mientras mi esposa hace la labor física de expandir nuestra familia”.
Renuente o no, Serena jugó el que dijo que sería su último torneo oficial, una batalla de tres horas frente a la australiana Ajla Tomljanovic, que necesitó nueve puntos para partido antes de sellar la victoria en tres sets. Lo hizo apenas días antes de cumplir los 41 años. Su huella sobre las canchas, de la superficie que sea, no se irá tan fácilmente.
Más ganadora que cualquier otro jugador
De los 39 títulos de Grand Slam que atesora, 23 son individuales, además de 14 en dobles femeninos junto a su hermana Venus y dos en dobles mixtos en llave con el bielorruso Max Mirnyi.
Eso es más que los 22 trofeos que ha levantado Rafael Nadal entre el Abierto de Australia, el Roland Garros, Wimbledon y el US Open, más que los 21 de Novak Djokovic y los 20 de Roger Federer.
Solo la australiana Margaret Court Smith la supera, con 24 coronas individuales y 40 de dobles, pero de ellas solo tres en sencillos y cinco en parejas fueron conseguidas después de la Era Abierta, cuando se produjo la verdadera profesionalización del tenis.
Con la fundación de los circuitos primero de la ATP y luego de la WTA, el surgimiento de los torneos semanales y la creación del ranking mundial, el mundo de la raqueta se volvió cada vez más competitivo.
Serena tuvo que demostrar su poder ante varias generaciones de las mejores jugadoras de la historia, como Jennifer Capriati, Mónica Seles, Martina Hingis, Lindsay Davenport, Amélie Mauresmo, Kim Clijsters, Justine Henin y, entre otras, su propia hermana.
Venus fue la primera número uno afroamericana de la historia del tenis, un deporte predominantemente blanco, y también la primera monarca negra de Wimbledon en 52 años, después de Althea Gibson en 1957.
Pero Venus solo estuvo 11 semanas en la cima del tenis. Serena, en cambio, se mantuvo al frente por 319 semanas en distintos periodos, 186 de ellas consecutivas, un récord que comparte con la mítica Steffi Graf. Solo la alemana con 377 y Martina Navratilova con 332 la superan en el total de semanas como número uno.
Un tenis más multicolor gracias a Serena
Un episodio describe perfectamente la lucha que debió librar Serena Williams para que la discriminación no fuera otro rival en la cancha: la final del torneo de Indian Wells en 2001.
En semifinales debían enfrentarse Venus y Serena. La rusa Elena Dementieva, a quien Venus derrotó en cuartos de final, fue consultada sobre su favorita para imponerse en ese duelo entre hermanas. “No sé qué pensará Richard. Ganará la que él decida que tiene que ganar”, respondió Dementieva.
Se refería al padre y mentor de las Williams, el hombre que las formó en una cancha comunitaria en Compton, uno de los vecindarios más afectados por la violencia de las pandillas en California, un personaje polémico, omnipresente en la vida de las campeonas, y el más feroz defensor de sus carreras.
Pero la semifinal nunca llegó a darse, porque Venus anunció a última hora que no jugaría debido a una tendinitis. Nada diferente a lo que hizo este año Rafael Nadal, cuando se retiró de la semifinal de Wimbledon afectado por una rotura fibrilar en el abdomen. Pero la consecuencia para las Williams fue mucho más dolorosa que para Nadal.
Richard y sus hijas fueron abucheados durante toda la final contra la belga Kim Clijsters, por decenas de aficionados molestos porque perdieron el dinero de su entrada como consecuencia del retiro de Venus en semifinales, quienes justificaban su actitud en las insinuaciones de Dementieva.
Llorosa, una Serena de apenas 19 años, perdió el primer set, pero alcanzó a remontar y celebró su victoria con el puño característico del Black Power. Era la primera vez que reivindicaba públicamente una causa racial.
Después de eso boicoteó Indian Wells por 14 años y Venus lo hizo durante 15. Cuando regresaron, solo hubo vítores en el duelo de tercera ronda que las enfrentó en 2018. La bestia del racismo, al menos en Indian Wells, había sido doblegada.
Un origen humilde y una lucha sin pausa
A diferencia de buena parte de sus rivales en el circuito, Serena no tuvo un origen privilegiado. Ni siquiera puede afirmar que pasó sin pagar su cuota de dolor por el vecindario donde creció.
En 2003, la mayor de sus cuatro hermanas, Yetunde Price, fue asesinada accidentalmente en Compton, donde seguía viviendo, mientras paseaba con su pareja, que era el verdadero objetivo de los tiradores.
Tres años y tres meses después, Serena le dedicó la victoria en el Abierto de Australia de 2007. En 2016, abrió junto a Venus un centro comunitario en Compton para socorrer a víctimas de la violencia criminal y sus familias, y lo bautizó con el nombre de Yetunde.
Además de apoyar activamente al movimiento Black Lives Matter, Serena participó en 2017 de una iniciativa para lograr la igualdad salarial en el tenis, que es hoy en día uno de los deportes con menos brecha entre hombres y mujeres.
Pero las diferencias basadas en género persisten. Serena recibió tres amonestaciones en la final del US Open que terminó perdiendo ante Naomi Osaka en 2018, la primera de cuatro finales de Grand Slam que no pudo ganar tras su retorno de la licencia de maternidad, en su lucha por tratar de igualar el récord de Margaret Court Smith.
En marzo pasado, el campeón olímpico, el alemán Alexander Zverev, protestó una decisión en el torneo de Acapulco golpeando con su raqueta la silla del juez. Fue expulsado del evento y recibió una multa, pero una suspensión de ocho semanas quedó sujeta a que cometa otra falta similar.
Serena denunciaría luego el doble rasero en esa decisión: “Probablemente estaría en la cárcel si hubiera hecho eso. Literalmente, no es un chiste”.
En 2014, el presidente de la Federación de Tenis de Rusia Shamil Tarpishchev fue multado por la WTA luego de que se refiriera a Serena y Venus como “los hermanos Williams”, durante su participación en un programa humorístico de televisión de su país, en el que agregó que las atletas “daban miedo”.
Y es que para el tenis no fue fácil aceptar la demoledora potencia de Serena. El promedio de velocidad de sus saques siempre se mantuvo estable en los 180 kilómetros por hora, y llegó a registrar un servicio 207 kmph en el Abierto de Australia de 2013, muy cerca de los 217 kmph que marcan el récord de Rafael Nadal, por ejemplo.
Una influencia decisiva para borrar barreras
La influencia de Serena ha sido enorme en el acercamiento entre el tenis y la comunidad negra. Según cifras de la Asociación de Tenis de Estados Unidos (USTA), en 2016, cuando Serena ya perseguía el récord de Margaret Court Smith, casi 25% de los aficionados que asistían al US Open eran afroamericanos. Un año después, mientras se encontraba en su licencia de maternidad, esa cifra bajó a 10%.
Pero la vinculación de la comunidad afroamericana con el tenis será más duradera que la cifra de asistentes a un torneo. En 141 años de historia del US Open, solo un jugador de color ganó el trofeo antes que Serena en 1999: Arthur Ashe en 1975. Incluyendo ese primer Grand Slam de Williams, 11 veces ha ganado una tenista afroamericana en Flushing Meadows: seis Serena, dos Venus, dos la japonesa de padre haitiano Naomi Osaka y una Sloane Stephens.
Coco Gauff, que a sus 18 años se ha convertido en la número uno de dobles más joven de la historia, describió en una entrevista con ESPN lo que las Williams significaron para ella: “Serena, Venus, Serena, Venus. Es todo lo que veía mientras crecía. Mi entrenador y yo solo veíamos sus partidos, no me fijaba en nadie más. Cuando le gané a Venus en Wimbledon, le di las gracias por todo, y le dije que no estaría aquí jugando tenis de no ser por ella”.
Se distancie o no definitivamente del tenis, el legado de Serena ya es imborrable en el deporte que dominó por más de 20 años.
Eumar Esaá
Yahoo Noticias France 24