Una misma familia, maneja el contrabando en Colombia hace más de 300 años

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Por: Gilberto Castillo, Academia de historia de Bogotá

Hay dos cosas que son ciertas sobre Maicao, la primera, que desde sus raíces, ha tenido una población indígena, dominada, casi desde siempre, por las hoy etnias wayuu y Zenú. Cuenta la historia que los Wayuu tuvieron un cambio drástico, pues se trasladaron desde la Amazonia hasta el duro desierto y allí se ubicaron, en un época no establecida plenamente, aunque algunos investigadoras la ubican 100 años A. de C.

La segunda historia dice que, desde hace más de trescientos años, y  desde poco tiempo después de la conquista de Venezuela y Colombia por los europeos, ha sido un importante centro comercial donde, una misma familia, ha impuesto la doctrina de las mercancías ilegales. La historia es como sigue.

Para 1751, el contrabando ya tenía agobiado al Nuevo Reino de Granada y afectaba grandemente la economía virreinal y española. Era tan fuerte su poder, que el virrey José Solís Foch de Cardona, -uno de los mejores gobernantes que tuvo Santafé de Bogotá y el reino, a pesar de lo que digan las lenguas viperinas de la historia-, decidió combatirlo de manera definitiva y para esto encargó  y nombró, mediante decreto del 6 de noviembre de 1752, como Teniente gobernador a Javier de  Pestaña, un hombre probo y  militar excelente que actuaba con entereza en defensa de los interés de la Corona Española, ama y señora de estas tierras.

Sabía De Pestaña, que los indígenas de Maicao eran los principales agentes contrabandistas con su cacique Cecilio López Sierra a la cabeza. En cumplimento de sus funciones los acosó tanto, que el 9 de diciembre de 1753, un grupo de personas, en su mayoría españoles y mestizos, liderados por el mismo cacique López Sierra, llegó hasta la residencia del gobernador con el propósito de arrojarlo por la fuerza de la provincia. En la medida que se acercaban a la casa echando tiros al aire gritaban, “viva el Rey, muera el teniente gobernador o salga”.

Después de las súplicas de su esposa que pedía no lo mataran, lo sacaron de su casa en dirección al río del hacha donde lo embarcaron en una lancha y lo echaron río abajo en dirección al mar, pero esta acción terminó en tragedia, porque el Gobernador y sus dos o tres acompañantes se ahogaron.

Enterado de lo ocurrido, Folch de Cardona desplazó un destacamento más grande para que buscaran al jefe Cecilio López Sierra y lo trajeran a Santafé para rendir cuentas sobre el crimen.  Mientras estuvo recluido se comprobó que López Sierra, contó, para la sublevación con el apoyo de muchos europeos principalmente holandeses, portugueses, italianos y españoles, que estaban aliados en el negocio ilícito.

Gran sorpresa se llevó el virrey, cuando el mismo rey de España, mediante escrito, dispuso de ciento veinte pesos para la manutención de López Sierra mientras estuviera preso, a condición de que el reo, una vez libre, los devolviera. Pero el poder y las influencias de López Sierra no terminaron aquí, una vez libre y de regreso a Maicao, que seguramente para entonces se llamaba maiko-u (ojo de maíz), sus amigos, muy influyentes, le consiguieron una cita con el mismísimo soberano Fernando VI, para que lo visitara llevando cuantioso regalos.

El soberano no solamente lo recibió sino que le perdonó todos sus delitos y el regresó feliz a su tierra para continuar con el negocio, que hoy seguramente y por su apellido, siguen ejerciendo sus herederos.

Posdata: los ciento veinte pesos, jamás los pagó el cacique.

Esta narración está muy referenciada en mi libro: Hilos de Sangre y otras historias, así se formó la oligarquía en Colombia.