Conocí a la profesora Lucía en San José del Fragua, Caquetá. Ella es una de las treinta personas que se inscribieron al diplomado sobre periodismo local de Consonante a finales de mayo. Lucía trabajó durante cuarenta años en la Institución Educativa Parroquial del municipio y fue testigo de las incontables tomas guerrilleras y masacres durante las décadas más crudas del conflicto. Me contó que a mediados de los años 80, el colegio pasó de tener 340 estudiantes a 32; la mayoría de jóvenes huyeron con sus familias y otros tantos fueron reclutados por la guerrilla.
Ahí, en ese mismo lugar donde Lucía se refugió con sus estudiantes de las balas de aviones fantasmas que frecuentaban de vez en cuando el cielo fagüeño, dicté un taller sobre podcast a mediados del mes pasado. Ese día, durante una lluvia de ideas para elegir los temas a tratar, un grupo de participantes me propuso hablar de reclutamiento forzado. Les pregunté por qué era importante abordar esta problemática ahora. “Profe, porque aquí la guerra no ha terminado. Esto sigue pasando, pero nadie se atreve a hablar”, me respondió uno de ellos.
El grupo logró hacer una entrevista y su ejercicio para la clase sobre este tema, pero luego surgieron otras preguntas: ¿eliminamos la parte en la que el entrevistado habla sobre los grupos armados?, ¿estamos poniendo en riesgo a la fuente?, varios de nosotros tenemos liderazgos muy visibles, ¿nos estaremos poniendo en riesgo si hablamos de esto?; ¿cómo vamos a publicar este trabajo? y ¿qué hacemos?
Sus preguntas quizá son las mismas que muchas y muchos periodistas locales y comunitarios se han hecho durante años en regiones como la Amazonía, donde el conflicto armado ha estimulado la autocensura como mecanismo de autoprotección y donde se ha puesto en jaque a la libertad de prensa. Para mí la respuesta fue simple, la misma que le he escuchado a varios colegas en varias ocasiones: ninguna historia es más importante que la vida.
Fundación para la Libertad de Prensa Colombia