En época de algoritmos, que meten miedo porque amenazan con predecir los resultados, Millonarios es campeón del fútbol colombiano con respeto a la meritocracia, a la lógica y a la justicia.
Y no lo es por un penalti detenido por Montero, o uno anotado por Larry Vásquez, con la rabia del desahogo.
Tampoco por su reacción en el segundo tiempo, en la gran final carente de fútbol, cuando relevó jugadores, funcionamiento y fuerza testicular, para remontar el resultado.
O por el pizarrón de Gamero, muy lúcido, cuando Nacional, con un tiro a la portería y un gol a su favor, se balanceaba al borde del abismo, desdibujando con su planteamiento a sus jugadores.
Tan inofensivo, como caperucita roja frente a un lobo feroz que lo arrollaba.
Es campeón Millonarios por su campaña, por el respaldo a un proceso, el apoyo a su entrenador, Gamero, a quien muchos desahuciaron en torneos anteriores, porque se acercaba al título y no lo conseguía, como si ser campeón fuera tarea fácil y no acarrea tantos sufrimientos.
Gamero, fiel siempre a su estilo, con respeto a la estética y a sus futbolistas.
Jugó bien el torneo Millonarios, a pesar de los desfallecimientos temporales, que no menguaron su rendimiento. Entre sus figuras está Macalister, un bailarín con la pelota, cuyo fútbol no se marchita a pesar del paso de los años.
Tan influyente desde su discurso, la sutileza de su juego, sus pases milimétricos y su imán para atraer la pelota e incidir con ella.
Cataño con gambeta y pase. Socio de todos, con habilidad para encontrar espacios, fabricarlos o recrearse en ellos, como gestor de juego.
En tarea de Reparto Llinás, con su empuje y su indeclinable espíritu, Montero con sus atrapadas memorables, Oscar Cortés, punta de lanza de los juveniles en el relevo generacional con Paredes, Quiñones y Beckham Castro. Vargas con su sobriedad y el grupo alternativo que no bajó la nota no desentonó en la exigencia.
Papelón el de Nacional. Su técnico Autori, bocazas e impertinente, montó un show que desconcertó a sus jugadores. Se equivocó en las sustituciones, quemó tiempo, enredó al árbitro y esperó, con nómina de lujo inexplotada, la lotería de los penaltis.
No puede aspirar a un título un equipo tan discreto a pesar de la importancia de su portero Mier y de la calidad de Pabón, ambos con su esfuerzo y sin respaldo.
Fútbol sin picante, sin violencia, sin amenazas y muertes como en el pasado. Con el corazón fuera de lugar entre los hinchas. Triunfo de Millonarios con olor a revancha, porque un título se celebra, especialmente, cuando el rival es el más encarnizado del torneo.
Millonarios campeón, porque fue un equipo diferente.
Por Esteban Jaramillo Osorio