Cómo escribir en Oxford

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Irene caminó por las calles de Oxford que más parecían la locación para una película medieval que una ciudad real, por un momento pensó que, de cualquiera de esas puertas de madera pesada, saldría un grupo de actores vestidos como si fueran rumbo a la corte del rey Juan sin tierra (1199-1216) nació en la misma Oxford, y por su mal gobierno dio origen a la leyenda de Robin Hood, pero el paso de los buses rojos de dos pisos lleno de turistas regresó a Irene al siglo 21.

Mapa en mano, siguiendo las indicaciones llegó a la biblioteca Bodleiana, creada en el año 1602, por Thomas Bodley, empezó con la increíble cantidad para la época de 1700 libros, hoy en día tiene más de 4 millones, Irene se puede describir cómo la típica ratona de biblioteca, con sus dos doctorados uno en la universidad Zaragoza y el otro de la universidad de Florencia, es fácil imaginarse que conocía muy bien el mundo de las bibliotecas. 

Pero lo único que reconoció a la entrada fueron las bandas magnéticas para detección de metales, común en prácticamente todos los sitios por razones de seguridad.

Cuando trató de averiguar cómo poder tener en sus manos algunos de los libros que llevaba en su lista, acumulada  en sus años de escritora, como columnista del periódico el País de España, el más importante de habla hispana, y en la elaboración de sus libros, en especial en el ensayo el Infinito en un Junco que se ha convertido en un verdadero “best seller” al ganarse el premio escritores en España, donde hace un recorrido de 5000 años desde la primera escritura en un papiro, dónde con su genial escritura anima a leer más, pero sobre todo a escribir, este artículo está inspirado en sus letras.

La sola mención de Irene de alguno de los libros, despertó el asombro en la cara el funcionario de la biblioteca en Oxford, él simplemente de la manera más inglesa posible, le dijo que esperara y se dirigió a buscar su jefe, no se demoró mucho, la condujo a una oficina pequeña por lo atiborrada de libros qué estaban esperando ser incluidos en los anaqueles centenarios de la biblioteca.

Empezó un interrogatorio qué más parecía diseñado para entrar a una base secreta de la investigación de extraterrestres que a una biblioteca que ya llevaba más de 500 años de existencia.

El imperio británico ha tenido a su cabeza mujeres muy importantes, la reina Elizabeth, la reina Victoria, la reina Isabel segunda y una primera ministra Margareth Tacher conocida en todo el mundo como la mujer de hierro, pero cuando se trató a las mujeres en Inglaterra, se retrocede cómo en las épocas más oscuras de los tiempos medievales.

Irene Vallejo es una filóloga nacida en  la también muy antigua ciudad de Zaragoza  España, conoció las grandes diferencias cuándo eran hombres los escritores que caminaban por esos pasillos, como fue el caso de C. W. Lewis y concibió Alicia en el país de las maravillas en las callejuelas de Oxford, pero sobre todo en estos pub ingleses dónde la realidad parece más ficción literaria o cómo le pasó actor Tolkin viendo desfilar en  sus clases, un mundo dónde los idiomas se parecen más a los de la torre de Babel y sumado a los horrores de las trincheras en la primera Guerra mundial, no fue tan difícil que terminara creando la saga de El señor de los anillos.

Una vez el muy flemático director de la biblioteca Bodleiana entendió lo que pretendía esta española, le entregó una serie de tarjetas con diferentes traducciones de un texto originalmente en latín, la cual tenía que leer y jurar que no tenía ninguna pretensión de incendiar o destruir un libro, una parte o toda la biblioteca.

Los libros son una gran fuente del conocimiento, pero también se han utilizado para difundir noticias falsas, para confundir, para manipular tal como lo hacen hoy en día las redes y las noticias que se aprovechan del internet, hay otros libros, la gran mayoría que buscan que el conocimiento de pocos lo tengan muchos, no solo eso sino que perdure mucho más allá de la vida misma de sus creadores, no es sino recordar libros como El Quijote de Cervantes o toda la obra del propio Shakespeare, para darse cuenta qué son libros que están vivos.

Por Mauricio Salgado Castilla

@salgadomg